UNA COSA RARA: ERUDICIÓN, AMENIDAD Y SENTIDO DEL HUMOR.
Eduard Punset, nuestro
divulgador científico nacional más conocido, no se cansa de repetir que el
futuro es multidisciplinar. Así se lo han revelado de una u otra forma los eminentes
científicos a los que ha entrevistado para diversos medios. En palabras del propio
Punset, “todos saben que, si no meten sus narices en otras disciplinas,
fracasan”. Pues bien, ese es precisamente, uno de los elementos unificadores de
la obra que ha ido conformando López Facal durante estos últimos años: su
carácter multidisciplinar. Desde “La presunta autoridad de los diccionarios”
(2010) a “Los alimentos de nuestra despensa” (2015), pasando por “Antología de
muertes apacibles” (2012), “El declive del imperio vaticano” (2013) y “Breve
historia cultural de los nacionalismos europeos” (2013), la variedad de temas y
de enfoques ha sido una constante, no sólo entre los diferentes títulos, sino
dentro incluso de cada uno de ellos.
Pero hay además otros
tres elementos comunes a todos los títulos de López Facal que yo, al menos, no
he conseguido ver juntos en los ensayos de otros prestigiosos autores tan
multidisciplinares como él. Se trata de la erudición, la amenidad y el sentido
del humor. La erudición está presente en las obras de Sánchez Ferlosio, Jared
Diamond o Eliot Weinberger; la amenidad, en las de Jared Diamond o W. G.
Sebald; y el humor brilla por su ausencia en la de todos. Lo que sí comparten,
incluido López Facal, es su capacidad para hacer que el lector se sienta mucho más
inteligente de lo que es, solo leyéndolos.
“La hoja del olmo no es
perfecta” (2017) encaja como una pieza de puzle en el conjunto de obras antes
mencionadas. Y en este caso, resulta ya sugerente desde el mismo
título. Somos muchos los aficionados a la naturaleza que sentimos un apego
especial por el olmo, aunque solo sea por lo fácil que nos resultó desde
pequeños distinguirlo de las otras especies gracias a sus hojas asimétricas. Así
que resulta muy divertido poder leer y ver esta particularidad de la hoja del olmo
en la portada de un libro. Es además un título lo suficientemente amplio como
para permitir a su autor enfocar la imperfección desde cualquier punto de
vista. En este caso, ha optado por desentrañar sus aspectos ideológicos,
religiosos, artísticos o matemáticos, en una sincera y argumentada
reivindicación de la heterodoxia. En realidad, el camino escogido es lo de
menos porque, como ocurre con el resto de sus títulos, da un poco igual de lo
que trate este libro. El lector, como el viajero de Cavafis, acabará
disfrutando sobre todo del camino, del sinfín de anécdotas históricas,
etimologías curiosas y revelaciones asombrosas, sin que deba importarle
demasiado hacia dónde pueda llevarlo, porque siempre será a buen puerto.
Al curioso y acertado
título, le sigue un no menos interesante prólogo que, quizás para justificar la
elección de aquel, comienza con una disertación acerca de las diversas
acepciones de la palabra "dendrofilia", para acabar reconociendo que la del amor
por los árboles es una “enfermedad” de posible origen genético que afecta gravemente
a la mayoría de los miembros de la familia López Facal.
No voy a extenderme sobre
la estructura de este ensayo ni sobre su contenido para no estropear con mis
palabras lo que tan bien cuenta López Facal con las suyas, pero sí quiero advertiros de que al terminar de leer las (lamentablemente)
escasas 155 páginas de “La hoja del olmo no es perfecta” habréis aprendido
cosas muy raras, cosas como, por ejemplo, la razón por la que en la mitología escandinava el primer
hombre sale de un árbol mientras que en las de los pueblos mediterráneos es
creado con barro; la diferencia entre simetría, perfección y orden, y lo conveniente
de "una cierta imperfección, un cierto desorden o una cierta asimetría”; que las
lenguas semíticas no tienen adjetivos superlativos; la relación que existe
entre los obeliscos egipcios y la torre Eiffel, entre el monoteísmo y la
heterodoxia, o entre un movimiento religioso herético del siglo XII y los
bombones Ferrero-Rocher. Las curiosidades históricas o etimológicas son tantas que parece imposible
que puedan caber en un solo libro.
Por último, este lector no
ha dejado de notar en algunos pasajes del libro la leve presencia, probablemente involuntaria, casi
fantasmagórica, del espíritu libre de Georges Brassens, ese otro gran iconoclasta
tan agudo como burlón. Sobre todo, cuando López Facal manifiesta una cierta
nostalgia irónica del latín en las misas católicas, la misma que encontramos en
la canción de Brassens “Tempête dans un bénitier” (“sin el latín la misa nos fastidia”);
o el repudio a morir por una idea, que también recoge el cantante-poeta francés
en su canción “Mourir pour les idées”.
En esta hoja del olmo disfrutamos,
en definitiva, de la continuación lógica y coherente de los anteriores libros del
autor sobre el Vaticano o el nacionalismo, pero de una forma aun más
estructurada, si cabe. Y es que, con cada nuevo libro de López Facal, vamos
entendiendo mejor a dónde quiere ir a parar, porque cada vez va afinando más el
tiro.