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martes, 18 de abril de 2017

RESEÑAS DE LIBROS. "LA HOJA DEL OLMO NO ES PERFECTA" DE JAVIER LÓPEZ FACAL (CLAVE INTELECTUAL)


UNA COSA RARA: ERUDICIÓN, AMENIDAD Y SENTIDO DEL HUMOR.

Eduard Punset, nuestro divulgador científico nacional más conocido, no se cansa de repetir que el futuro es multidisciplinar. Así se lo han revelado de una u otra forma los eminentes científicos a los que ha entrevistado para diversos medios. En palabras del propio Punset, “todos saben que, si no meten sus narices en otras disciplinas, fracasan”. Pues bien, ese es precisamente, uno de los elementos unificadores de la obra que ha ido conformando López Facal durante estos últimos años: su carácter multidisciplinar. Desde “La presunta autoridad de los diccionarios” (2010) a “Los alimentos de nuestra despensa” (2015), pasando por “Antología de muertes apacibles” (2012), “El declive del imperio vaticano” (2013) y “Breve historia cultural de los nacionalismos europeos” (2013), la variedad de temas y de enfoques ha sido una constante, no sólo entre los diferentes títulos, sino dentro incluso de cada uno de ellos.

Pero hay además otros tres elementos comunes a todos los títulos de López Facal que yo, al menos, no he conseguido ver juntos en los ensayos de otros prestigiosos autores tan multidisciplinares como él. Se trata de la erudición, la amenidad y el sentido del humor. La erudición está presente en las obras de Sánchez Ferlosio, Jared Diamond o Eliot Weinberger; la amenidad, en las de Jared Diamond o W. G. Sebald; y el humor brilla por su ausencia en la de todos. Lo que sí comparten, incluido López Facal, es su capacidad para hacer que el lector se sienta mucho más inteligente de lo que es, solo leyéndolos.

“La hoja del olmo no es perfecta” (2017) encaja como una pieza de puzle en el conjunto de obras antes mencionadas. Y en este caso, resulta ya sugerente desde el mismo título. Somos muchos los aficionados a la naturaleza que sentimos un apego especial por el olmo, aunque solo sea por lo fácil que nos resultó desde pequeños distinguirlo de las otras especies gracias a sus hojas asimétricas. Así que resulta muy divertido poder leer y ver esta particularidad de la hoja del olmo en la portada de un libro. Es además un título lo suficientemente amplio como para permitir a su autor enfocar la imperfección desde cualquier punto de vista. En este caso, ha optado por desentrañar sus aspectos ideológicos, religiosos, artísticos o matemáticos, en una sincera y argumentada reivindicación de la heterodoxia. En realidad, el camino escogido es lo de menos porque, como ocurre con el resto de sus títulos, da un poco igual de lo que trate este libro. El lector, como el viajero de Cavafis, acabará disfrutando sobre todo del camino, del sinfín de anécdotas históricas, etimologías curiosas y revelaciones asombrosas, sin que deba importarle demasiado hacia dónde pueda llevarlo, porque siempre será a buen puerto.

Al curioso y acertado título, le sigue un no menos interesante prólogo que, quizás para justificar la elección de aquel, comienza con una disertación acerca de las diversas acepciones de la palabra "dendrofilia", para acabar reconociendo que la del amor por los árboles es una “enfermedad” de posible origen genético que afecta gravemente a la mayoría de los miembros de la familia López Facal.

No voy a extenderme sobre la estructura de este ensayo ni sobre su contenido para no estropear con mis palabras lo que tan bien cuenta López Facal con las suyas, pero sí quiero  advertiros de que al terminar de leer las (lamentablemente) escasas 155 páginas de “La hoja del olmo no es perfecta” habréis aprendido cosas muy raras, cosas como, por ejemplo, la razón por la que en la mitología escandinava el primer hombre sale de un árbol mientras que en las de los pueblos mediterráneos es creado con barro; la diferencia entre simetría, perfección y orden, y lo conveniente de "una cierta imperfección, un cierto desorden o una cierta asimetría”; que las lenguas semíticas no tienen adjetivos superlativos; la relación que existe entre los obeliscos egipcios y la torre Eiffel, entre el monoteísmo y la heterodoxia, o entre un movimiento religioso herético del siglo XII y los bombones Ferrero-Rocher. Las curiosidades históricas o etimológicas son tantas que parece imposible que puedan caber en un solo libro.

Por último, este lector no ha dejado de notar en algunos pasajes del libro la leve presencia, probablemente involuntaria, casi fantasmagórica, del espíritu libre de Georges Brassens, ese otro gran iconoclasta tan agudo como burlón. Sobre todo, cuando López Facal manifiesta una cierta nostalgia irónica del latín en las misas católicas, la misma que encontramos en la canción de Brassens “Tempête dans un bénitier” (“sin el latín la misa nos fastidia”); o el repudio a morir por una idea, que también recoge el cantante-poeta francés en su canción “Mourir pour les idées”.

En esta hoja del olmo disfrutamos, en definitiva, de la continuación lógica y coherente de los anteriores libros del autor sobre el Vaticano o el nacionalismo, pero de una forma aun más estructurada, si cabe. Y es que, con cada nuevo libro de López Facal, vamos entendiendo mejor a dónde quiere ir a parar, porque cada vez va afinando más el tiro.