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martes, 17 de febrero de 2015

MIS COMIENZOS DE NOVELA FAVORITOS


Todos los escritores saben que la primera frase o el primer párrafo de una novela son muy importantes. Se trata de la puerta de entrada que hará que el lector se decida a seguir o salga huyendo despavorido. Muchos, una vez que han acabado de escribir su novela, vuelven al principio para retocarlo o incluso añadir un nuevo párrafo. A pesar de todo, los comienzos brillantes no son tan frecuentes. Estos días, buscando principios para completar los que yo conocía, me he dado cuenta de la enorme cantidad de obras maestras que cuentan con un principio anodino o directamente malo. Entre los que incluyo a continuación hay unos que son más favoritos que otros. Algunos me los sé de memoria. No os diré cuáles hasta que no sepa los vuestros. También sería divertido que incluyerais otros. Estoy seguro de que se me han olvidado un montón de buenos comienzos. Por supuesto, el orden no es necesariamente de importancia o preferencia.
La Isla del Tesoro - Robert Louis Stevenson (trad. Francisco Torres Oliver)

“Dado que el squire Trelawney, el doctor Livesey, y el resto de los señores me han pedido que escriba todos los pormenores referentes a la Isla del tesoro, de principio a fin, sin omitir otra cosa que la situación de la isla, y eso porque aún quedan allí tesoros por desenterrar, tomo la pluma en el año de gracia de 17… y retrocedo a la época en que mi padre llevaba la posada del “Almirante Benbow”, y el viejo y curtido marinero, con el sablazo en la cara, vino a alojarse bajo nuestro techo.”

La Odisea – Homero (trad. José Manuel Pabón)
“Musa, dime del hábil varón que en su largo extravío, tras haber arrasado el alcázar sagrado de Troya, conoció las ciudades y el genio de innúmeras gentes. Muchos males pasó por las rutas marinas luchando por sí mismo y su vida y la vuelta al hogar de sus hombres, pero a éstos no pudo salvarlos con todo su empeño, que en las propias locuras hallaron la muerte. ¡Insensatos!.”

La vida exagerada de Martín Romaña – Alfredo Bryce Echenique
“Mi nombre es Martín Romaña y ésta es la historia de mi crisis positiva. Y la historia también de mi cuaderno azul. Y la historia además de cómo un día necesité de un cuaderno rojo para continuar la historia del cuaderno azul. Todo, en un sillón Voltaire.”

Ana Karenina – León Tolstoi
“Todas las familias felices se parecen entre sí, cada familia desdichada lo es a su manera.”

Por el camino de Swann – Marcel Proust (trad. Pedro Salinas)
“Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces, apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: “Ya me duermo”.

Moby Dick – Herman Melville (trad. Enrique Pezzoni)
“Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace algunos años –no importa cuántos, exactamente-, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación. Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga; cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera y, sobre todo, cada vez que me siento a tal punto dominado por la hipocondría que debo acudir a un robusto principio moral para no salir deliberadamente a la calle y derribar metódicamente los sombreros de la gente, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible. Esos viajes son, para mí, el sucedáneo de la pistola y la bala.”

Cien años de soledad – Gabriel García Márquez
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”

Corazón tan blanco – Javier Marías
“No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados.”

Historia de dos ciudades – Charles Dickens (trad. Salvador Bordoy Luque)
“No ha habido tiempos mejores ni peores; eran años de buen sentido y de locuras; época de fe y de incredulidad; temporada de luz y de tinieblas; primavera de esperanza, invierno de desesperación; lo teníamos todo ante nosotros, y no había nada; todos íbamos derechos al Cielo, y marchábamos en sentido contrario. Aquel periodo era, en una palabra, tan semejante al actual, que algunas de sus personalidades de más renombre pedían que les fuesen aplicados, exclusivamente en lo bueno y en lo malo, los calificativos extremos.”

sábado, 7 de febrero de 2015

ACABO DE LEER... "LA LÍNEA INVISIBLE DEL HORIZONTE" DE JOAQUÍN BERGES (TUSQUETS)


Joaquín Berges tiene magia, y esa es, por encima de cualquier otra, su principal virtud. No ocurre con todos los escritores, de hecho sólo con la inmensa minoría. Se puede ser un gran maestro, un excelente escritor, y carecer de ella. Pero Joaquín Berges la tiene, es un hecho, y con ella impregna todo lo que escribe. Y eso hace que empecemos a leer esta novela pensando que, vaya, no es la mejor de las que ha escrito, para descubrirnos al poco tiempo pasando sus páginas frenéticamente atrapados por la historia, el ambiente y sus personajes.

“La línea invisible del horizonte” cuenta la historia de un hombre que huye de sus circunstancias y que de forma accidental acaba por refugiarse en un pequeño pueblo del Pirineo aragonés. Berges se sirve de estos elementos básicos de trama para presentarnos a unos personajes maravillosos, a la altura de los que aparecían en “Doctor en Alaska”, aquella serie mítica de la televisión de los 90. Entre todos, destaco al menos a dos: Marina, la mujer guapa y misteriosa que arrastra su propio secreto; y León, un guardia civil impagable, que ejerce su liderazgo a golpe de expresiones y giros castrenses. Junto a ellos, un buen montón de secundarios estupendos.

Todos esos personajes se mueven en un escenario algo diferente, un pueblo artificial construido junto a un pantano que sólo deja ver la torre de la iglesia del pueblo original. Ese lugar sumergido y por tanto inalcanzable es el que guarda sus secretos y su historia.

Poco más le hace falta a Berges para alcanzarnos el corazón con su magia. La última vez que comenté una de sus novelas, decía que su literatura era luminosa. Pues bien, lo sigue siendo. La escena de la cacería, la del baile, la de “la mallata” (lugar donde pastan y se recogen los ganados y el pastor),… un sinfín de pequeños acontecimientos que, engarzados entre sí, conforman esta novela iluminadora. Leyendo a Berges, no puedo dejar de recordar a Frank Capra, al que no por casualidad homenajeaba el propio escritor en su segunda novela, “Vive como puedas”.

A Joaquín Berges, sólo le reprocho un par de cosas, su afición a los juegos de palabras y su tendencia a las frases demasiado bonitas. Aunque también reconozco que, a medida que va ampliando su obra, se nota el esfuerzo por ir moderando ambos vicios.