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jueves, 27 de febrero de 2014

ACABO DE INCLUIR EN MI LISTA DE DESEOS... "STONER" DE JOHN WILLIAMS (BAILE DEL SOL)




Hace poco leía una entrevista a la escritora francesa Anna Gavalda (QUE LEER; número de febrero). En un momento determinado el periodista le pregunta qué había perdido y qué había ganado escribiendo y ella responde que lo había perdido todo y lo había ganado todo también, y que la explicación a tan enigmática respuesta se encuentra en la novela "Stoner" de John Williams (no el John Williams compositor de bandas sonoras, claro), que ella misma ha traducido al francés. Y ahí fue cuando se despertó mi detector literario automático y también mi curiosidad. ¿Por qué nunca había oído hablar de esta novela que tanto había impactado a Anna Gavalda? ¿Por qué no sabía nada de su autor ni, por ir todavía más lejos, de la editorial que la publica en España (Baile del sol)? Al parecer fue Ian McEwan el que devolvió esta novela a la vida (Williams la escribió en 1965) hablando de ella hace unos meses en un programa de televisión. Tengo que leerla, entonces podré contaros más cosas. De momento os dejo con la reseña del editor.

RESEÑA DEL EDITOR

"John Williams ha construido un personaje sólidamente humano, tan humano que cualquiera podría contemplarse en su reflejo. Stoner es una novela sobre la integridad y la renuncia; una historia que consigue que te impliques, que comprendas, que disculpes y admires en la misma medida el estoicismo y las debilidades de este profesor al que es muy probable que ya me sienta vinculada para siempre. Stoner es, sin duda, un ejemplo de para qué sirve la literatura". Inma Luna.

"Stoner se presenta como un canto a la dignidad de la vida, pese a sus miserias y a sus decepciones; como un himno a la belleza de los pequeños gestos; como una loa a los instantes de quietud y de paz. Su lectura reconforta tanto que obligará a los hombres y mujeres a retomar las páginas del libro en cuanto se les presente la menor ocasión. No lo tengan a mano cuando cojan el coche, o se eternizarán en los semáforos…" Ariadna G. García (Culturamas)

"Se trata simplemente de una novela sobre un tipo que va a la universidad y se convierte en un maestro. Pero es una de las cosas más fascinantes que jamás he encontrado". Tom Hanks (Times)

"Stoner de John Williams es algo más que una gran novela, es una novela perfecta, bien contada y muy bien escrita, de manera conmovedora, que quita el aliento". The New York Times Book Review

"Impresiona el modo de contar de John Williams, su fuerza inusitada para los dramas minúsculos y para el recuento cotidiano de nuestras resignaciones y decepciones, y sorprende que Stoner, siendo la obra maestra que es, haya podido ser ignorada durante tanto tiempo" Enrique Vila-Matas. El País

"Stoner, es una obra maestra. Y punto." Rodrigo Fresán. ABC Cultural

"Me parece una gran novela, conmovedora, hermosa". Víctor Claudín

"No debe perderse esta muy buena novela escrita con sabia economía de medios". Luis Antonio de Villena

"Stoner está escrito en el más franco de los estilos... la razón. Su héroe es un oscuro académico que soporta una serie personal y profesional de agonías. Sin embargo, la novela es absolutamente fascinante y sencilla ya que su autor, John Williams, trata a sus personajes con una sencillez y honestidad brutales que no podemos dejar de amarlos." Steve Almond, Tin House

"El mejor libro que he leído en 2007 fue Stoner de John Williams. Es quizás el mejor libro que he leído en años." Stephen Elliott, The Believer

"Williams no escribió mucho en comparación con algunos novelistas, pero todo lo que hizo fue excelente... es una pena que hoy en día no se le lea más a menudo... Pero es genial que por lo menos dos de sus novelas [Stoner y Butcher's Crossing] hayan vuelto a reimprimirse." The Denver Post

"Un retrato magistral de un hombre virtuoso y verdadero." The New Yorker

"¿Por qué no es más conocido este libro?... Muy pocas novelas o escritos literarios de cualquier tipo, han llegado como Stoner a estar tan cerca de un alto nivel de sabiduría humana o a una obra de arte." CP Snow "Formal, espléndida y conmovedora. Lo que hace que Stoner sea tan impresionante es la intensidad de la figura y el carácter de un autor de altura." Irving Howe, New Republic
"Una sencilla pero vibrante obra." The Times Literary Supplement

miércoles, 26 de febrero de 2014

¿ES UNA DE ESTAS TRES, LA FRASE MÁS LARGA ESCRITA POR PROUST?


Ahora que he decidido volver a intentar por tercera vez el ascenso a ese 8.000 de la literatura universal que es "En busca del tiempo perdido", y además por la cara más difícil, es decir, en francés (los dos anteriores intentos no fueron mortales, pero sí acabaron en abandono), me entretengo también consultando por internet cuál puede ser la frase más larga de las que salieron de la calenturienta mente de Marcel Proust. Su estilo endiablado a base de frases interminables que suelen provocar desorientación y desaliento (los mismos efectos de la niebla en la montaña) hace que su lectura sólo pueda ser abordada por alpinistas literarios de gran experiencia. Vamos a ver si yo soy uno de ellos. Para el ascenso he contratado a un afamado sherpa, se llama "Marcel Proust's search for lost time; a reader's guide to The remembrance of things past" de Patrick Alexander.



Aquí tenéis las frases que se disputan el título de más largas de la obra de Proust. Dos son de "En busca del tiempo perdido" y la tercera de "Contra Sainte-Beuve". Al parecer no hay una clara vencedora porque depende del concepto de frase, sobre todo de si consideramos que un punto y coma finaliza una frase y da comienzo a la siguiente o no.



Por cierto, al parecer , un buen truco para leer estas híper frases es hacerlo de la misma manera que nos acercaríamos a un cuadro impresionista, o dicho de otro modo, sin tratar de seguir exactamente el hilo de la propia frase sino dejándonos absorber por la forma del conjunto. Ahí lo dejo. En cualquier caso, tratad de no leerlas en voz alta porque presentan alto riesgo de asfixia y ya sabéis que en los ocho miles el oxígeno no abunda.


De "EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO. SODOMA Y GOMORRA"



 “Sin honra, como no sea en precario, sin libertad no siendo provisional, hasta el descubrimiento del crimen; sin una posición que no sea inestable, como el poeta agasajado la víspera en todos los salones, aplaudido en todos los teatros de Londres, expulsado a la mañana siguiente de todos los hoteleros sin poder encontrar una almohada en donde descansar la cabeza, dando vueltas a la piedra de molino como Sansón y diciendo como él: “Los dos sexos morirán cada uno por su lado”; excluidos, inclusive, salvo en los días de gran infortunio, en que la mayoría se apiña en torno a la víctima, como los judíos en torno a Dreyfus, de la simpatía a veces de la sociedad de sus semejantes, a quienes dan la repugnancia de ver lo que son, pintado en un espejo que, al no adularles ya, acusa todas las lacras que no habían querido observar en sí mismos y les hace comprender que lo que llamaban su amor (y a lo que, jugando con el vocablo, hablan anexionado, por sentido social, cuanto la poesía, la pintura, la música, la caballería, el ascetismo, han podido añadir al amor) dimana, no de un ideal de belleza que hayan elegido ellos, sino de una enfermedad incurable; como los judíos, también (salvo algunos que no quieren tratar sino a los de su misma casta, tienen siempre en los labios las palabras rituales y las bromas consagradas), huyendo unos de otros, buscando a los que son más opuestos a ellos, que no quieren nada con ellos, perdonando sus Sofiones, embriagándose con sus complacencias, pero unidos asimismo a sus semejantes por el ostracismo que les hiere, por el oprobio en que han caído, habiendo acabado por adquirir, por obra de una persecución semejante a la de Israel, los caracteres físicos y morales de una raza, a veces hermosos, espantosos a menudo, encontrando (a pesar de las burlas con que el que, más mezclado, mejor asimilado a la raza adversa es relativamente, en apariencia, el menos invertido, abruma al que ha seguido siéndolo más) un descanso en el trato de sus semejantes, y hasta un apoyo en su existencia, hasta el punto de que, aun negando que sean una raza (cuyo nombre es la mayor injuria), los que consiguen ocultar que pertenecen a ella los desenmascararán gustosos, no tanto por hacerles daño, cosa que no detestan, como por excusarse, y yendo a buscar, como un médico busca la apendicitis la inversión hasta en la Historia, hallando un placer en recordar que Sócrates era uno de ellos, como dicen de Jesús los israelitas, sin pensar que no había anormales cuando la homosexualidad era la norma, ni anticristianos antes de Cristo, que sólo el oprobio hace el crimen, puesto que no ha dejado subsistir sino a aquellos que eran refractarios a toda predicación, a todo ejemplo, a todo castigo, en virtud de una disposición innata hasta tal punto especifica que repugna a los otros hombres más (aun cuando pueda ir acompañada de altas cualidades morales) que ciertos vicios que se contradicen, como el robo, la crueldad, la mala fe, mejor comprendidos y por ende más disculpados por el común de los hombres, formando una francmasonería mucho más extensa, más eficaz y menos sospechada que la de las logias, ya que descansa en una identidad de gustos, de necesidades, de hábitos, de peligros, de aprendizaje, de saber, de tráfico, de glosario, y en la que los mismos miembros, que no desean conocerse, se reconocen inmediatamente por signos naturales o de convención, involuntarios o deliberados, que indican al mendigo uno de sus semejantes en el gran señor a quien cierra la portezuela del coche, al padre en el novio de su hija, al que había querido curarse, confesarse, al que tenía que defenderse, en el médico, en el sacerdote, en el abogado que ha requerido; todos ellos obligados a proteger su secreto, pero teniendo su parte en un secreto de los demás que el resto de la Humanidad no sospecha y que hace que las novelas de aventuras más inverosímiles les parezcan verdaderas ya que en esa vida novelesca, anacrónica, el embajador es amigo del presidiario, el príncipe, con cierta libertad de modales que da la educación aristocrática y que un pequeño burgués tembloroso no tendría al salir de casa de la duquesa, se va a tratar con el apache; parte condenada de la colectividad humana, pero parte importante, de que se sospecha allí donde no está, manifiesta, insolente, impune, donde no se la adivina; que cuenta con adeptos en todas partes, entre el pueblo, en el ejército, en el templo, en el presidio, en el trono; que vive, en fin, a lo menos un gran número de ella, en intimidad acariciadora y peligrosa con los hombres de la otra raza, provocándolos, jugando con ellos a hablar de su vicio como si no fuera suyo, juego que hace fácil la ceguera o la falsedad de los otros, juego que puede prolongarse durante años hasta el día del escándalo en que esos domadores son devorados; obligados hasta entonces a ocultar su vida, a apartar sus miradas de donde quisieran detenerse, a clavarlas en aquellos de que quisieran desviarse, a cambiar el género de muchos adjetivos en su vocabulario, traba social ligera en comparación de la traba interior que su vicio, o lo que se llama impropiamente así, les impone no ya respecto de los demás, sino de sí mismos, y de suerte que a ellos mismos no les parezca un vicio. Pero algunos, más prácticos, más apresurados, que no tienen tiempo de regatear y de renunciar a la simplificación de la vida y a ése ganar tiempo que puede resultar de la cooperación, se han formado dos sociedades, la segunda de las cuales se compone exclusivamente de seres análogos a ellos.”


De "EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO. LA PRISIONERA"



Sofá surgido del sueño entre los sillones nuevos y muy reales, unas sillas pequeñas tapizadas de seda rosa, tapete brochado a juego elevado a la dignidad de persona desde el momento en que, como una persona, tenía un pasado, una memoria, conservando en la sombra fría del salón del Quai Conti el halo de los rayos de sol que entraban por las ventanas de la Rue Motalivet (a la hora que él conocía tan bien como la propia madame Verdurin) y por las encristaldas puertas de La Raspèhere, adonde la habían llevado y desde donde miraba todo el día, más allá del florido jardín, el profundo valle de la mientras llegaba la hora de que Cottard y el violinista jugaran su partida; ramo de violetas y de pensamientos al pastel, regalo de un gran amigo va muerto, único fragmento superviviente de una vida desaparecida sin dejar huella, resumen de un gran talento y de una larga amistad, recuerdo de su mirada atenta y dulce, de su bella mano llena y triste cuando pintaba; un arsenal bonito, desorden de los regalos de los fieles que siguió por doquier a la dueña de la casa y que acabó por adquirir la marca y la fijeza de un rasgo de carácter, de una línea del destino; profusión de ramos de flores, de cajas de bombones que, aquí como allí, sistematizada su expansión con arreglo a un modo de floración idéntico: curiosa interpolación de los objetos singulares y superfluos que aún parece salir de la caja en la que fueron ofrecidos y que siguen siendo toda la vida lo que en su origen fueron, regalos de Año Nuevo, en fin, todos esos objetos que no sabríamos diferenciar de los demás, pero que para Brichot, veterano de las fiestas de los Verdurin, tenían esa pátina, ese aterciopelado de las cosas a las que añade su doble espiritual, dándoles así una especie de profundidad; todo esto, disperso, hacía cantar para él, como teclas sonoras que despertaran en su corazón semejanzas amadas, reminiscencias confusas y que en el salón mismo, muy actual, donde ponían su toque acá y allá, definían, delimitaban muebles y tapices, como lo hace en un día claro un cuadrado de sol seccionando la atmósfera, los tapices y de un cojín a un jarrón, de un taburete al rastro de un perfume, perseguían con un modo de iluminación en el que predominaban los colores, esculpían, evocaban, espiritualizaban, daban vida a una forma que era como la figura ideal, inmanente en sus viviendas sucesivas, del salón de los Verdurin.


De "CONTRA SAINTE-BEUVE"




Raza maldita ya que lo que es para ella el ideal de la belleza y el alimento del deseo es también el objeto de la vergüenza y el temor al castigo, y obligada a vivir hasta en los banquillos del tribunal a los que llega como acusada y delante de Cristo en la mentira y el perjurio, porque su deseo sería de alguna manera, si supiera comprenderlo, inadmisible, dado que amando sólo al hombre que no tiene nada de mujer, al hombre que no es “homosexual”, no es ese quien pueda saciar un deseo que tal raza no debía poder experimentar por él más que él por ella si el deseo de amor no fuera un gran mentiroso y no prestara a la más infame “tía” la apariencia de un hombre, de un auténtico hombre como los demás, que milagrosamente sería presa de amor o de condescendencia para con ella, raza obligada como los criminales a ocultar su secreto a quienes más ama, temiendo el dolor de su familia, el desprecio de sus amigos, el castigo de las leyes de su país; raza maldita, perseguida como Israel y como ese pueblo terminando, en el oprobio común de una abyección inmerecida, por adquirir unos caracteres comunes, la apariencia de una raza, al llegar a tener todos sus miembros ciertos rasgos físicos que a menudo repugnan aunque a veces sean bellos, unos corazones de mujer amorosos y delicados, pero también una naturaleza femenina sospechosa y perversa, coqueta y chismosa, facilidad de mujer para brillar en todo, incapacidad de mujer para sobresalir en nada; excluidos de la familia, con quien no pueden manifestarse en entera confianza, de la patria a cuyos ojos son criminales clandestinos, de sus propios semejantes, a quienes inspiran el desagrado de reconocerse, la advertencia de que lo que creían un amor natural es una locura enfermiza y también esa femineidad que les repugna, corazones amantes sin embargo, excluidos de la amistad porque sus amigos podrían sospechar que no es amistad pura lo que se experimenta por ellos pero tampoco comprendidos si confesaran que lo que sienten es otra cosa, objeto ora de un desconocimiento ciego que no los ama más que ignorándolos, ora de una repugnancia que los incrimina en lo que tienen de más limpio, ora de una curiosidad que intenta explicarlos y los comprende al revés, elaborando respecto a ellos una psicología de soldado de infantería que, incluso creyéndose imparcial es tendenciosa y admite a priori, como esos jueces para quienes un judío es por naturaleza traidor, que un homosexual es fácilmente un asesino; como Israel buscando lo que no son y lo que nunca será suyo, pero experimentando los unos por los otros, por encima de las aparentes maledicencias, rivalidades y desprecios del menos homosexual por el más homosexual, como el más desjudaizado por el judío, una solidaridad profunda, en una especie de franc-masonería que es más vasta que la de los judíos porque lo que de ella se conoce es nada y sin embargo se extiende hasta el infinito más poderosa, por otra parte, que la verdadera franc-masonería porque se asienta sobre una conformidad de naturaleza, una identidad de gustos, de necesidades, por decirlo así de reconocimiento y de comercio, con el granuja que le abre la portezuela del coche, o más dolorosamente a veces con el prometido de la propia hija y a veces, amarga ironía, con el médico que pretende que lo cure de su vicio, con el hombre de mundo que lo veta en el círculo, con el cura que lo confiesa, con el magistrado civil o militar encargado de interrogarlo, con el soberano que lo hace perseguir, y argumentando estúpida y continuamente con una satisfacción constante (o irritante) que Catón era homosexual igual que los judíos argumentan que Jesucristo era judío , sin comprender que no había homosexuales en la época en que la costumbre y el buen tono eran convivir con un hombre joven igual que hoy lo es mantener a una bailarina, en la que Sócrates, el hombre más moral que hubo jamás, hizo bromas escabrosas sobre dos jovencitos sentados juntos, bromas completamente naturales como se hacen a un primo y una prima que parecen estar mutuamente enamorados y que son más reveladoras de un estado social que de teorías que podrían ser sólo personales, igual que no había judíos antes de la crucifixión de Jesucristo, hasta el punto de que, por original que resulte, el pecado tiene su origen histórico en una disconformidad posterior al concepto; pero probando entonces por su resistencia a la predicación, al ejemplo, al desprecio, a los castigos de la ley, una disposición que el resto de los hombres saben tan fuerte y tan innata que les repugna más que los crímenes que necesitan una lesión de la moralidad, porque los crímenes pueden ser ocasionales y cualquiera puede comprender el acto de un ladrón o un asesino pero no de un homosexual; parte, así pues, repudiada de la humanidad, pero, sin embargo, miembro esencial, invisible, innumerable de la familia humana, sospechado donde no está, expuesto, insolente, impune donde no se lo conoce, en todas partes, en el pueblo, en el ejército, en el templo; en el teatro, en presidio, sobre el trono, desgarrándose pero sosteniéndose, no queriendo conocerse, pero reconociéndose y adivinando un semejante del que sobre todo no quiere confesarse a sí mismo – menos aún que lo sepan los demás – que sea su igual, viviendo en la intimidad de aquellos a quienes la vista de su crimen, si un escándalo se produjera, volvería, como la vista de la sangre, feroces como las fieras, pero como el domador, al verlos pacíficos en la sociedad, jugando con ellos, hablando de homosexualidad, provocando sus gruñidos, porque nunca se habla tanto de homosexualidad como delante de un homosexual, hasta el día infalible en que, tarde o temprano, será devorado, igual que el poeta recibido en todos los salones de Londres, perseguidos él y sus obras, sin que se le pudiera encontrar un lecho donde dormir ni un teatro donde representarlas, y después de la expiación y la muerte, ya con una estatua erigida sobre la tumba, obligado a travestir sus sentimientos, a cambiar todas sus palabras, a cambiar al femenino sus frases, a dar conscientemente excusas a sus amigos, a la cólera de ellos, más embarazado por la necesidad interior y el orden imperioso de de no creerse presa de un vicio que por la necesidad social de no dejar ver sus gustos; raza que pone su orgullo en no ser una raza, en no ser diferente del resto de la humanidad para que su deseo no se le represente como una enfermedad, su realización misma como una imposibilidad, sus placeres como una ilusión, sus características como una tara hasta el punto que estas páginas, las primeras, puedo decirlo, desde que hay hombres y que estos escriben, que se le hayan consagrado en espíritu de justicia por sus méritos morales e intelectuales, que no están como se dice afeados en ella, de piedad por su infortunio innato y por sus desdichas injustas, serán las que ella escuche con más cólera y que leerá con el sentimiento de mayor pena, porque si en el fondo de todos los judíos hay un antisemita al que se halaga más si se le considera un cristiano aunque se le encuentren todos sus defectos, en el fondo de todo homosexual hay un antihomosexual a quien no se puede infligir mayor insulto que reconocerle los talentos, las virtudes, la inteligencia, el corazón, y en suma, como a cualquier carácter humano el derecho al amor bajo la forma que la naturaleza nos haya permitido concebirlo, aunque, para decir verdad se está obligado a confesar que esta forma es rara, que estos hombres no son iguales a los demás.

sábado, 22 de febrero de 2014

NACIMIENTO Y MUERTE DE EUGÉNIO DE ANDRADE DESDE UN AVIÓN A PUNTO DE DESPEGAR


Para Y en su cumpleaños.

Se puede nacer y morir el mismo día, al menos para los demás. Sucede cuando conocemos a alguien en la noticia de su muerte. Yo conocí así a Eugénio de Andrade el 14 de junio de 2005, mientras esperaba algo inquieto que el avión despegara de una vez. Más o menos en ese momento odioso en el que el comandante dice “atención, tripulación a bordo, preparados para despegue inmediato”. Pasé entonces la página del periódico y leí “Muere Eugénio de Andrade, poeta de la luz”. Así supe a la vez que Eugénio de Andrade existía y que había dejado de hacerlo. Y fue una suerte.

No soy buen lector de poesía, suelo leer algo, poco, y muy de vez en cuando. Generalmente de poetas que suelen gustar a los malos lectores de poesía como yo (Pessoa, César Vallejo, Gil de Biedma, Ángel González,…). En otro momento, la noticia quizás no me hubiera llamado la atención pero, aquella mañana, con los motores rugiendo cada vez con más fuerza, me encontraba algo fastidiado porque parece que uno siempre cae sobre noticias de muertes y catástrofes cuando su avión está a punto de despegar. Así que, para no eludir mi destino, me dediqué en cuerpo y alma a la lectura de la necrológica. Lo primero que me sorprendió fue que nunca hubiera oído hablar de alguien al que José Saramago o Lobo Antunes consideraban uno de los mayores poetas portugueses de todos los tiempos. Una prueba más, me dije, de la soberbia absurda con la que, desde España, solemos ignorar a nuestros vecinos de Portugal. O quizás una prueba más de todo lo que a mí concretamente me quedaba (y me queda) por aprender, al margen de la nacionalidad.

Por fin, después de leer en cinco o diez minutos los 82 años de la vida de Eugénio de Andrade, caí sobre los dos poemas que la ilustraban. Sólo puedo deciros que, entonces comprendí por qué, los que le conocían, los que lo habían leído, le llamaban el poeta de la luz. También podrían haberle llamado el poeta sencillo, de la Naturaleza, del paisaje, de las estaciones, del detalle, de las cosas pequeñas, de los objetos modestos, del cuerpo, de las sensaciones, del sur. Yo a partir de aquel día lo he considerado uno de mis poetas favoritos y punto.

Aquel vuelo me llevaba unos días fuera de España así que tuve que esperar más de lo que hubiera querido hasta que pude comprarme alguno de sus libros. Desde entonces no he dejado de leerlo.

Para los que, como me pasó a mí el 14 de junio de 2005, Eugénio de Andrade todavía no ha nacido, os incluyo a continuación los dos poemas que me deslumbraron y otros tres más. Espero que para alguien también sea una suerte haber leído esta entrada (y sin el mal rato del despegue además).



 MELANCOLÍA

El sol apenas entra en casa –escribo

sobre la huidiza

luz de arena,

luz que no encuentra morada.

Todo me duele en este día

en que los muertos dejan a la puerta

de los vivos

la corrosiva melancolía. 



 ESCALOFRÍO EN LA TARDE

No sé quién ni en qué lugar,

pero alguien se me debe de haber muerto.

He sentido esta muerte en un escalofrío de la tarde.

Algún amigo, uno de los muchos

que no conozco y sólo la poesía

mantiene. Quizá la muerte fuera

otra: un pequeño reptil

al sol súbito y caliente de marzo

aplastado por un golpe certero;

un perro atropellado por un bruto

que, al volante, se cree un dios

de arrabal con éxito seguro

entre las tres o cuatro putas de turno.

Quizá la de una estrella, porque también

ellas mueren, también ellas mueren.



 EL LUGAR MÁS CERCANO

El cuerpo nunca es triste;

el cuerpo es el lugar

más cercano donde la luz canta.

Es en el alma donde la muerte hace la casa.



 NO SE APRENDE

No se aprende gran cosa con la edad.

Acaso a ser más sencillo,

a escribir con menos adjetivos.

Me detengo a escuchar un ruido.

Puede ser el preludio tímido aún

del canto de un pájaro, una gota

de agua en el grifo mal cerrado,

el anuncio del tan amado

aroma de las primeras lilas.

Sea lo que sea, es lo que me retiene

aquí, me sostiene, me impide ser

cualquier vibración de la cal,

simple acorde solar, un nudo

de luz negra a punto de estallar.

  

LUGAR DEL SOL

Hay un lugar en la mesa donde la luz

abdicó de su oficio.

Ya fue del sol

y del trigo ese lugar –ahora

por más que escuches, no volverás

a oír la voz de quien,

hace muchos años, era la delicadeza

de la tierra diciendo: “No manches

el mantel”; “¿No te comes la manzana?”.

Tampoco ya hay quien se asome

a la ventana para sentir

el cuerpo atravesado por la mañana.

Acaso sólo uno u otro verso

logre unir en su ritmo

luz, voz, manzana.



(La traducción es de Ángel Campos Pámpano)

SÍ, EXISTE UNA SOCIEDAD DE AMIGOS DE LAS NUBES


Pertenezco a la Sociedad de Amigos de las Nubes. Sí, existe una Sociedad de Amigos de las Nubes. Bueno, en realidad su verdadero nombre es Cloud Appreciation Society y, como todos los clubes raritos, es inglés. Llegué a ser miembro de tan selecto club a través de un libro, así ocurre casi todo en mi vida. Su fundador, Gavin Pretor Pinney, escribió una Cloudspotter Guide, que se tradujo en España como Guía del Observador de Nubes. Con ese título era prácticamente imposible que no me llamara la atención. Lo compré, me lo leí y me lo aprendí. De manera que hoy en día creo que puedo decir sin temor a la exageración que soy bastante experto en nubes. O al menos en clases de nubes. Se distinguir un cúmulo de un altocúmulo o de un estratocúmulo y un cirro uncinus de un cirro fibratus vertebratus. Sé que los altocúmulos no son todos iguales, que algunos son floccus, otros lenticularis, etc…; que la lluvia espesa y continua la producen los nimbostratos y que la lluvia de chubasco y tormenta cae desde los peligrosos y míticos cumulonimbos, que además suelen acabar en forma de yunque. Para que seguir…Lo cierto es que sé bastante de nubes y este conocimiento, como todos los que son un poco inútiles, me fascina.

Además, la afición a las nubes es una de las más asequibles y baratas posibles. Solamente hacen falta ojos. Ni siquiera dos. Con uno es suficiente. No se precisa de ningún instrumento caro tipo “Catalejo nuboso” ni de ningún atuendo especial con tejido de protección anti energía nebular. Sólo ojos y una mínima capacidad de girar la cabeza hacia arriba. Con eso y una buena guía de nubes, la diversión está asegurada. Además si el tipo de nubes que hay en el cielo en el momento de la observación son cúmulos, te puedes entretener buscando formas y parecidos, que es algo que podíamos hacer cuando éramos pequeños y que al crecer se nos olvida (salvo que seamos miembros de la Sociedad de Amigos de las Nubes, claro).

No quiero resultar pesado. Simplemente te invito a que abandones esa fea costumbre de mirar siempre hacia abajo, tan deprimente además, para descubrir un nuevo paisaje blanco sobre tu cabeza. A fin de cuentas, no hay nada más aburrido que un cielo azul cielo. Verás como pronto, si te he convencido, al salir del portal de tu casa para dirigirte al colegio, al instituto o al trabajo en lugar de comentar que hace fresquete o un calor de narices, podrás decir con orgullo “Vaya, altocúmulos floccus hacia el Oeste y cirros con virga en el Sur”. Eso no quiere decir que vayas a ser capaz de predecir el tiempo, que para algo están los hombres y las mujeres del tiempo, pero que te vas a quedar con el personal, eso es seguro.

En fin, una de las obligaciones y compromisos de los miembros de mi club es hacer proselitismo de las nubes y eso es lo que he intentado. Por cierto, si una vez introducido en este universo nublado, quieres pasar a formar parte de nuestro selecto club puedes hacerlo en la página web que indico a continuación por 4 libras y los gastos de envío. A cambio te enviarán a tu casa un diploma, una chapita y una insignia para pegar con la plancha en alguna prenda que no te guste mucho (por si acaso). Pero, lo que es más importante, te darán la oportunidad de poder decir con orgullo que eres miembro de la Sociedad de Amigos de las Nubes”. Si en tu entorno ya pensaban que podías ser un poco rarito, esto se lo confirmará.

viernes, 21 de febrero de 2014

FLORES EN EL ASFALTO. LA AMAZONA DE LA PELUQUERÍA



Las obras de arte que de verdad conmueven, las que dejan un poco anonadado, las que son capaces de evocar otros mundos o despertar sensaciones desconocidas, raramente se encuentran visitando un museo. Y no es porque en ellos falte el talento o la genialidad sino justo por lo contrario, por su exceso de belleza, y también por su tendencia a la ubicación académica, ordenada y sistemática de las obras, un contrasentido cuando hablamos de artistas que, por lo general, si de algo pecan es de falta de orden y sistema. No hay más que ver el caos que suele reinar en los propios estudios de los pintores. Al final, se trata de una cuestión de expectativas. Cuando visito el Museo de Prado o el Louvre ya sé que voy a encontrar una buena colección de obras maestras, y además muchas de ellas ya las he visto mil veces en fotos o en la televisión de manera que más que verlas lo que haré será reconocerlas, y hasta es probable que me lleve alguna decepción del tipo “pensaba que el cuadro era más grande” o “hay demasiada gente delante de esta escultura”. Además, cuando estoy en un lugar donde sé que voy a encontrar algún tipo de expresión artística, aunque sea de forma inconsciente, trataré de clasificarla y pensaré “es un impresionista” o “pertenece a la etapa azul de Picasso” o “parece gótico tardío”. Y este reconocimiento, esa clasificación, son dos herramientas implacables a la hora de quitarle la vida a esa escultura o a ese cuadro que un día, hace quizás mucho tiempo, una persona normal, no una entrada de enciclopedia, pensó primero y fue capaz de llevar a cabo después.


Por eso disfruto, todos lo hacemos, de ese momento mágico en que encuentro algo maravilloso en un contexto extraño, porque es algo tan vivo y sorprendente como encontrar una planta con flores en un trozo de pavimento roto al lado de un paso de cebra. Una experiencia muy diferente del paseo por el campo en primavera.


Y eso fue lo que me pasó un sábado cualquiera por la mañana. Hojeaba un número atrasado de la revista “Muy interesante” mientras mi peluquera de hace más de veinte años acababa con los pelos del anterior. Pasaba las páginas sin fijarme mucho hasta que ¡Zas! mis ojos se detuvieron en la foto de lo que entonces me pareció (y hoy me sigue pareciendo) una de las estatuillas más bonitas que nunca había visto. Se trataba de una amazona tocada con un casco griego que galopaba desnuda sobre un caballo. Mientras agarraba con la mano izquierda sus crines, en la derecha blandía una lanza que parecía a punto de arrojar contra un enemigo desconocido. Busqué de inmediato el pie de foto para saber quién había sido capaz de crear aquello pero no había. El artículo, si no recuerdo mal, trataba acerca de mujeres guerreras y la amazona griega era una ilustración más del tema. Para el periodista no tenía ningún otro valor. Afortunadamente, antes de que llegara a desesperarme pude distinguir en la base de la estatua el nombre del autor y la fecha. Se trataba de Franz von Stuck y, al parecer, la había fundido en 1897. Con esa información me bastaba. Memoricé el nombre y nada más llegar a casa la busqué en Internet. Medía unos 65 centímetros de largo por 46 de alto y 17 de ancho. Si lo pensáis, lo suficientemente grande como para que su vista resulte impresionante pero al mismo tiempo de un tamaño muy accesible, casi doméstico.


Busqué otras obras de Franz von Stuck, casi todo pinturas, y no me gustaron nada de nada. Estaba claro que la amazona no sólo era una flor en el asfalto de la peluquería, también era una flor en el asfalto del resto de las obras de su autor (al menos para mí).


Aquí tenéis la foto para que podáis juzgar por vosotros mismos. No sé si estaréis de acuerdo conmigo, a mí esta estatuilla de la amazona me parece un compendio de belleza, armonía, elegancia y equilibrio. Y descubrirla en aquella revista bastante manoseada de mi peluquería me alegró aquel sábado de la misma forma que me alegra la vista cada vez que enciendo el ordenador, donde la tengo puesta como fondo de pantalla.

A continuación os incluyo otras amazonas más vulgares para que brille todavía con más fuerza el prodigio de fuerza, delicadeza y movimiento de la amazona de Franz von Stuck.