LO QUE CUENTA O’HARA SEGURAMENTE NO TE VA A GUSTAR, PERO LO CUENTA TAN
BIEN QUE NO PODRÁS DEJAR DE LEERLO
La inmortalidad artística, la fama y el paso a la
posteridad es un tema común en el mundo de la literatura que, en lo que a
inmortalidades se refiere, resulta de lo más complejo y caprichoso. Tras su
muerte, un escritor, de éxito o no, puede ser olvidado, o reivindicado, o primero
reivindicado y luego olvidado, o lo contrario, o puede incluso que se alternen
ambas situaciones varias veces a lo largo de los siglos. En cualquier caso, su
éxito o su reconocimiento pre o post mortem nunca lo presuponen para el futuro.
Y algo de esto es lo que le pasa a John O’Hara,
un grandísimo escritor estadounidense, sobre todo cuentista, contemporáneo de Hemingway,
maestro de Raymond Carver, admirado por Harold Bloom o John Updike, cuya obra
ha llegado hasta nuestros días casi de incógnito (al menos en sus ediciones en
español). Y uno se pregunta por qué. ¿Habrá influido su mal carácter, su
alcoholismo, su incapacidad innata para hacer amigos (más bien al contrario)?
¿Qué ha podido suceder para que su inmensa obra (en calidad y en número de
cuentos, también alguna novela) pase tan desapercibida por nuestras vidas
lectoras en comparación con otros escritores de igual o menor calidad? Afortunadamente,
iniciativas como esta recopilación de relatos o la reciente publicación en
español de la novela “Cita en Samarra” (Lumen, 2009) contribuyen en la medida
de sus posibilidades a luchar contra esta injusticia.
“La chica de California y otros relatos” recoge
una muestra muy representativa del universo literario de su autor, que no es
precisamente un lugar amable donde quedarse a vivir porque O’Hara siempre pone
el acento en los aspectos menos luminosos de las personas, y en todas las
ocasiones lo hace con una precisión que asusta. Por estos cuentos pasan actores
de Hollywood en decadencia, artistas patéticos, empleados vulgares y tristes,
jefes de oficinas algo siniestras, comerciantes a punto de arruinarse, o a
punto de arruinar su vida, que no es lo mismo,… Infinidad de personajes
pintados siempre desde su lado menos favorecedor. Seres humanos espiritualmente
desnudos y expuestos a la luz fría de la
literatura. Todos estos relatos, previamente publicados en “The New Yorker”,
como casi todos los que escribió, son trozos de la vida de unas personas que
deben de ser ficticias, pero que bien podrían no haberlo sido. Pequeñas piezas
literarias ideales para conocer los aspectos más tristes de la vida de los
estadounidenses de clase media de los años cuarenta del siglo XX.
Hay algo muy interesante en estos relatos también
desde el punto de vista de su estructura. En ninguno de ellos se trata de dar
un giro final a la trama, algo tan propio del género y de lo que a veces se ha
hecho demasiado uso. Los cuentos de O’Hara terminan casi siempre de repente,
como si el lector, y antes el escritor, decidieran en un momento determinado
dejar de asomarse al interior de una casa para seguir su camino. Esos finales
algo bruscos refuerzan el carácter casi real de las historias de O’Hara.
En definitiva, lo que
cuenta O’Hara seguramente no te va a gustar, pero lo cuenta tan bien que no
podrás dejar de leerlo.