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martes, 28 de junio de 2016

RESEÑAS DE LIBROS. "LA CHICA DE CALIFORNIA Y OTROS RELATOS” DE JOHN O’HARA (CONTRA)


LO QUE CUENTA O’HARA SEGURAMENTE NO TE VA A GUSTAR, PERO LO CUENTA TAN BIEN QUE NO PODRÁS DEJAR DE LEERLO
La inmortalidad artística, la fama y el paso a la posteridad es un tema común en el mundo de la literatura que, en lo que a inmortalidades se refiere, resulta de lo más complejo y caprichoso. Tras su muerte, un escritor, de éxito o no, puede ser olvidado, o reivindicado, o primero reivindicado y luego olvidado, o lo contrario, o puede incluso que se alternen ambas situaciones varias veces a lo largo de los siglos. En cualquier caso, su éxito o su reconocimiento pre o post mortem nunca lo presuponen para el futuro.
Y algo de esto es lo que le pasa a John O’Hara, un grandísimo escritor estadounidense, sobre todo cuentista, contemporáneo de Hemingway, maestro de Raymond Carver, admirado por Harold Bloom o John Updike, cuya obra ha llegado hasta nuestros días casi de incógnito (al menos en sus ediciones en español). Y uno se pregunta por qué. ¿Habrá influido su mal carácter, su alcoholismo, su incapacidad innata para hacer amigos (más bien al contrario)? ¿Qué ha podido suceder para que su inmensa obra (en calidad y en número de cuentos, también alguna novela) pase tan desapercibida por nuestras vidas lectoras en comparación con otros escritores de igual o menor calidad? Afortunadamente, iniciativas como esta recopilación de relatos o la reciente publicación en español de la novela “Cita en Samarra” (Lumen, 2009) contribuyen en la medida de sus posibilidades a luchar contra esta injusticia.
“La chica de California y otros relatos” recoge una muestra muy representativa del universo literario de su autor, que no es precisamente un lugar amable donde quedarse a vivir porque O’Hara siempre pone el acento en los aspectos menos luminosos de las personas, y en todas las ocasiones lo hace con una precisión que asusta. Por estos cuentos pasan actores de Hollywood en decadencia, artistas patéticos, empleados vulgares y tristes, jefes de oficinas algo siniestras, comerciantes a punto de arruinarse, o a punto de arruinar su vida, que no es lo mismo,… Infinidad de personajes pintados siempre desde su lado menos favorecedor. Seres humanos espiritualmente desnudos y  expuestos a la luz fría de la literatura. Todos estos relatos, previamente publicados en “The New Yorker”, como casi todos los que escribió, son trozos de la vida de unas personas que deben de ser ficticias, pero que bien podrían no haberlo sido. Pequeñas piezas literarias ideales para conocer los aspectos más tristes de la vida de los estadounidenses de clase media de los años cuarenta del siglo XX.
Hay algo muy interesante en estos relatos también desde el punto de vista de su estructura. En ninguno de ellos se trata de dar un giro final a la trama, algo tan propio del género y de lo que a veces se ha hecho demasiado uso. Los cuentos de O’Hara terminan casi siempre de repente, como si el lector, y antes el escritor, decidieran en un momento determinado dejar de asomarse al interior de una casa para seguir su camino. Esos finales algo bruscos refuerzan el carácter casi real de las historias de O’Hara.
En definitiva, lo que cuenta O’Hara seguramente no te va a gustar, pero lo cuenta tan bien que no podrás dejar de leerlo.

lunes, 15 de febrero de 2016

RESEÑAS DE LIBROS. "HUMOR FANTASMAL" DE AUTORES VARIOS (LA FUGA EDICIONES)


UNA COLECCIÓN ALGO DESIGUAL DE CUENTOS HUMORÍSTICOS DE FANTASMAS, PERO CON UNA BUENA CALIDAD MEDIA
Con las antologías temáticas de relatos siempre pasa lo mismo, incluso las mejores, las más trabajadas, acaban resultando algo desiguales en lo que a su calidad literaria se refiere. Es muy raro encontrar una antología de cuentos ideal en la que todas las piezas seleccionadas sean perfectas obras maestras. Teniendo en cuenta esa imposibilidad de alcanzar la excelencia total, lo que sí debemos exigir es que los relatos seleccionados sean coherentes con el asunto común y que su calidad media sea por lo menos aceptable. En este sentido, “Humor fantasmal” aprueba con nota.
Por hacer un repaso brevísimo al contenido de esta antología, diremos que empieza por todo lo alto con un relato introductorio de Jerome K. Jerome, el autor de esa joya del humor que es “Tres hombres en una barca”, en el que se dedica a desmitificar sin piedad y con su sorna habitual, el ambiente fantasmagórico de la Navidad.
“El ángel de lo singular” de E. A. Poe suele encontrarse con frecuencia en antologías de relatos, cosa que me parece inexplicable porque no sólo está muy lejos de los mejores cuentos de Poe sino que además es muy difícil traducirlo sin traicionar al original ya que parte de la gracia (aunque a mí no me haga mucha) radica en el acento con el que habla un barril.
“La puerta abierta” de Saki, otro habitual de las antologías, es una obra maestra, sin más.
“Se necesita fantasma” de Arthur Conan Doyle es uno de los mejores relatos, impecablemente narrado, combina a la perfección el elemento fantasmagórico con humor y el género favorito de Doyle. No es graciosísimo, pero sí muy simpático.
“El fantasma y el ensalmador” de Le Fanu podría ser una de esas historias que se escuchan en una taberna irlandesa entre pinta y pinta. Lo protagoniza un espíritu de clase noble, borrachín y malhablado.
En “La sesión del señor Tilly” de E. F. Benson encontraremos mucha ironía en torno a la relación entre fantasmas, médiums y espiritismo. Es de los relatos más largos de esta antología, pero también de los más interesantes.
El cuento de Mark Twain, “Una historia de fantasmas”, resulta bastante soso y se encuentra muy alejado de sus mejores historias.
“El envío de Dana Da” de Kipling tampoco logra despertarnos ni la sonrisa ni el interés.
Y ya, entre lo más flojo de la recopilación tenemos “Selina Sedilia” de Bret Harte y “El fantasma transferido” de F.R. Stockton, una historia algo simplona, pero entretenida.

En resumen, una colección algo desigual de cuentos humorísticos de fantasmas, pero con una buena calidad media.

domingo, 4 de octubre de 2015

RESEÑAS DE LIBROS. “CUENTOS DE AMOR VICTORIANOS” DE VARIOS AUTORES (ALBA EDITORIAL)


RETRATO DE UNA ÉPOCA Y DEL SENTIMIENTO AMOROSO EN OTRA PEQUEÑA JOYA DE ALBA EDITORIAL

Alba es hoy en día la mejor editorial de clásicos de la literatura universal en castellano por muchos motivos: la selección de los títulos, las traducciones impecables, el cuidado de la impresión y encuadernación tanto en pasta dura como en las ediciones de bolsillo, los diseños de las portadas,… Pero también por concienzudos trabajos de edición como el que hoy nos ocupa. Toda buena antología temática de relatos, debe incluir, por supuesto, los cuentos y los autores conocidos que estamos esperando, pero debe también permitirnos descubrir otros de los que nunca antes habíamos oído hablar. Y todo ello, sin bajar el nivel de calidad del conjunto. Debe proporcionarle al lector la doble satisfacción del reencuentro y el descubrimiento. Pues bien, Alba Editorial cuenta en su catálogo con tres antologías de relatos imprescindibles para los aficionados a la buena literatura, justo por eso, porque cumplen con la regla casi alquímica que acabamos de mencionar. Hablamos de Relatos del mar, Cuentos de detectives victorianos y Cuentos de amor victorianos, que fue la primera de las tres.

En Cuentos de amor victorianos se retrata toda una época a partir del asunto común amoroso, pero al mismo tiempo se retrata un sentimiento universal e intemporal como es el amor a partir de una época concreta de un país específico. Hay muchas variedades de amor en este libro: inocente, sacrificado, ciego, ridículo, interclasista, puritano, sobrenatural, humorístico, intercultural, constante, inesperado, invisible,…

Pero, además de una visión panorámica del amor, esta antología incluye multitud de pequeñas sorpresas, como la heroína tipo Maureen O’Hara (en El Hombre Tranquilo) del relato de Anthony Trollope (La cueva de Malachi); la intriga detectivesca de ¿Quién mató a Zebedee? de Wilkie Collins; una historia bastante extravagante a cargo de R.L. Stevenson (La puerta del señor Malétroit); el relato de Wilde (La esginge sin secreto) donde se recoge una de sus míticas boutades (“las mujeres están hechas para ser amadas, no comprendidas”); un asunto tan de actualidad como es el de la siempre difícil integración en una sociedad endogámica del extranjero, del inmigrante, del refugiado, del diferente, en el relato Amy Foster de Conrad (que tanto sabía de estas cosas por propia experiencia); o una brillante estampa de cómo debía de ser el turismo en la época victoriana, ya con sus amores incidentales incluidos, en el relato de H.G. Wells (El corazón de la señorita Winchelsea).

En resumen, otra pequeña joya de Alba Editorial.

jueves, 18 de junio de 2015

RESEÑAS DE LIBROS. “EL BARCO FARO” DE SIEGFRIED LENZ (IMPEDIMENTA)


UN BUEN EJEMPLO DE LA DESOLACIÓN MORAL Y ANÍMICA DE LA ALEMANIA DE POSGUERRA

Ser alemán durante los quince años que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial no debió de resultar una tarea fácil. El país se hallaba hundido económica y moralmente, y un sentimiento de culpa y vergüenza colectivos lastraba a toda una generación. En ese contexto tan difícil surgió el “Grupo 47”, formado en 1947 (de ahí el nombre) por un buen número de novelistas, críticos literarios y otros intelectuales alemanes a los que unían sus dramáticas experiencias vitales y unos intereses literarios comunes. Algunos de sus miembros, los de mayor proyección internacional, son muy conocidos, entre nosotros, como el premio Nobel Günter Grass; el pensador Hans Magnus Enzensberger o el últimamente algo olvidado Heinrich Böll. Junto a ellos, hubo otros, menos internacionales, pero que resultan igualmente interesantes. Uno de ellos es Siegfried Lenz.

Los relatos que componen “El barco faro” (1960) son todos de muy buen nivel, pero hay dos que sobresalen por encima de los demás, quizás porque sean los que mejor ilustran esa confusión colectiva de carácter moral y anímico de la que hablábamos al principio: son el primero, la novela corta que da título al libro; y el último, “Los humores del mar”. En “El barco faro”, una embarcación que permanece anclada e inmóvil frente a la costa a modo de faro flotante, se ve asaltada por un grupo de delincuentes después de haber sido rescatados de un naufragio. A partir del momento en que esos elementos extraños y agresivos suben a bordo, se desatan fuertes controversias entre la tripulación y su capitán acerca de lo que se debe hacer frente a la agresión que están sufriendo. En esa disputa casi silenciosa, hay un elemento que mina la autoridad del capitán, su presunto comportamiento poco honroso en un episodio del pasado. No es difícil ver en esta historia casi alegórica, las dudas morales de los ciudadanos alemanes, que pudieron sentirse a la vez víctimas y culpables por su sometimiento a la violencia de los nazis.

“Los humores del mar” cuenta las peripecias de un grupo de hombres que, en su huída de Alemania a bordo de una precaria embarcación, deben enfrentarse a la niebla y las tormentas para intentar llegar a las costas de Dinamarca sin ser descubiertos por los guardacostas. Este relato, no sólo puede representar la claustrofobia que debieron de  sentir muchos alemanes dentro de un país aislado y agresivo al mismo tiempo (otra vez la alegoría), sino que recrea un episodio de la vida del propio Siegfried Lenz, que hacia el final de la guerra decidió desertar del ejército y se refugió en Dinamarca.

Del resto de los relatos, me gustan especialmente “Un amigo del gobierno” y “El hijo del dictador”. Ambos resultan tan actuales que podrían desarrollarse, por ejemplo, en la Corea del Norte de nuestros días.

lunes, 3 de marzo de 2014

¿POR QUÉ ME GUSTA TANTO ROALD DAHL?


Llevo algunos días tratando de recordar algún escritor, aparte de Roald Dahl, que haya llegado a desarrollar una obra exitosa, o al menos digna, tanto para niños como para adultos. Después de mucho rebuscar, no he sido capaz de dar con ningún nombre. No sé si a vosotros se os ocurre alguno. Pensé en Richmal Crompton pero, los primeros relatos de Guillermo no aparecieron en revistas de niños lo cual invita a pensar que ella misma no los veía como público objetivo (de hecho, yo creo que no lo son, al menos no en exclusiva) y, por otro lado, su obra para adultos, dentro del género de terror, es bastante escasa y no muy conocida ni valorada. Enid Blyton, desde luego, no. Quizás Mark Twain aunque su obra infantil está dirigida, en mi opinión, a niños un poco mayores. Pero, sí, podría ser. En España el caso que más se aproxima sería el de Elvira Lindo aunque con sus novelas para adultos no ha alcanzado ni de lejos el éxito que obtuvo con “Manolito Gafotas”. Goscinny escribió la estupenda serie de “El Pequeño Nicolás” pero yo no conozco nada suyo para adultos salvo que incluyamos a Lucky Luke o a Astérix en esa categoría. Parece un poco forzado.
La búsqueda se hace menos compleja cuando hablamos de literatura para adolescentes. Quizás porque la frontera está más próxima. Es más fácil encontrar en un mismo autor novelas para unos y para otros o para los dos a la vez. De hecho, costaría mucho trabajo distinguir, por ejemplo, qué parte de la obra de Stevenson o de Julio Verne fue escrita para adultos y qué parte para adolescentes. Lo más probable es que ni ellos mismos se plantearan sus novelas de esa manera.

Y así llegamos al asunto que nos ocupa, porque una de las cosas que más me gusta de Roald Dahl es su insólita capacidad para dirigirse con brillantez a los mayores sin perder ni una pizca de calidad en sus obras destinadas a los niños. Estoy casi seguro de que la explicación hay que buscarla en los ingredientes, que son los mismos en ambos casos. Las que varían son las proporciones. En todos sus libros sin excepción encontramos lo mismo: humor, crueldad, ternura, giros sorprendentes,… Quizá sea la crueldad el ingrediente que, sin faltar en los cuentos para niños, se haga más presente en las historias de mayores. El humor tampoco es exactamente igual. Es mucho más negro en sus relatos adultos. Precisamente esos mismos elementos, caracterizaron también la obra de un genio como Alfred Hitchcock por eso no sorprende que llegara a adaptar un buen número de los relatos de Roald Dahl para su serie de televisión “Hitchcock presenta…”
 

En cuanto a los libros para niños, a mí el que más me gusta es “Matilda”, también es uno de los más representativos si queremos buscar la sabia combinación que hemos visto. La historia de esa niña lectora tan sensible y brillante a la que sus padres, ignorantes y horteras, envían a un colegio interno, no promete nada bueno. Que ese colegio esté regentado por una directora odiosa y abusona que tiene atemorizados a profesores y alumnos, no mejora la perspectiva. Y, sin embargo, esa trama casi dickensiana se convierte en un gozoso relato para niños gracias al abundante humor que Roald Dahl esparce por todos los rincones de la historia y gracias también al cariño que siente por sus personajes buenos.
 
 
 
Hay mil historias más de Roald Dahl y ninguna defrauda. A mí me gustan también mucho los libros autobiográficos “Boy” y “Going Solo”, quizás los únicos de su larga carrera no destinados claramente a un tramo de edad determinado. En “Going Solo” se cuentan las peripecias de Roald Dahl durante la Segunda Guerra Mundial pilotando un avión de guerra. En esta parte de su vida parece que se establece un punto en común con la de Antoine de Saint-Exupery y eso me hace recordar que el propio Saint-Exupery podría ser otro de esos escritores que ha conseguido éxitos en la literatura de adultos e infantil. Aunque no me convence del todo porque “El Principito” no deja de ser una anécdota inesperada (muy lucrativa y exitosa, también) en la obra poético-aérea de su autor. Además, aunque él lo escribió como un libro infantil, tampoco me queda tan claro que realmente lo sea.
“Charlie y la fábrica de chocolate”, por demasiado conocido, me deja un poco más frío aunque el argumento es inmejorable y los personajes, perfectos. Esos abuelos que viven en sus camas, la idea del concurso, el premio, el mismo Willy Bonka,…
Por último, no podría dejar cerrado este comentario sobre Roald Dahl sin mencionar otro de los aspectos que más me gustan de sus libros, en este caso sólo de los infantiles, y es su fructífera y larga relación profesional con el ilustrador inglés Quentin Blake. Como me pasaba al principio, también me cuesta mucho encontrar algún otro ejemplo en el que un escritor y un ilustrador hayan conseguido compenetrarse de tal manera que sus respectivas obras salgan enriquecidas y mejoradas de la fusión. Aquí a lo mejor sí podrían valernos las ilustraciones de Thomas Henry para el Guillermo de Richmal Crompton ¿Puede alguien imaginarse otro Guillermo distinto del de Thomas Henry? Tampoco me resulta posible imaginar otras ilustraciones mejores que las de Quentin Blake para los personajes de Roald Dahl, una Matilda mejor, un BFG mejor, unas brujas mejores, un James (el del melocotón gigante) mejor…
 
 
 

 
Por cierto, a lo mejor no sabíais que fue Roald Dahl el creador de la primera versión de los Gremlims (al parecer eran una especie de duendecillos que solían provocar averías en los primitivos aviones de la época).