Y por fin llegamos a la segunda de las joyas que encontré en una de las cajas de libros abandonadas por los antiguos propietarios de la casa de mi hermana. Se titula “Curso de detective privado” de un tal Peter T. Dempsey (seguro que es un nombre ficticio, no sé si para preservar la identidad del detective o el buen nombre del escritor) y fue publicada en rústica por Finhaxel Editorial en 1982. El libro tiene 156 páginas. Para saberlo, he tenido que contarlas una a una porque es el primer libro que cae en mis manos sin paginar (debe de tratarse de algún truco de detectives, a lo mejor los números están impresos con tinta invisible).
Que nadie piense que se trata de una publicación para niños o adolescentes. De hecho, por si queda alguna duda, ya se encarga la editorial de despejarla en su preliminar “Carta abierta a nuestros lectores”. En ella, dirigiéndose a los “amigos nuestros, futuros detectives” (gracias al libro, claro), se les recuerda que la investigación privada es una actividad muy rentable en España y, para reforzar la idea, remite a un artículo que “un matutino de gran prestigio en la prensa nacional, un periódico de Madrid, en su publicación de un día domingo del mes de febrero (observad que no dice ni qué periódico, ni de qué día ni de qué año, con esa discreción típica del investigador privado) en el que se comenta “la importancia del esfuerzo del investigador privado, la riqueza en agilidad mental, perspicacia y don de observación que se desarrolla con dicha actividad” así como “lo rentable que resulta este trabajo en España”.
El curso se inicia con una pequeña historia de la profesión de detective (6 páginas), para continuar con un análisis de las características principales de un buen investigador privado en el capítulo “Ojos observadores y mente despierta”. Se incluyen algunos ejemplos de perspicacia: “Al observar el trasero de unos pantalones más desgastado y brillante que el resto de la prenda se puede llegar a la conclusión de que tal individuo es un oficinista o trabaja muchas horas al día sentado al volante de un automóvil”; “la observación de las manos también facilita datos interesantes sobre la personalidad de la persona en observación, la presencia de una alianza nos permite saber que el individuo está casado”.
En este apartado el autor incluye algunos ejercicios prácticos bastante elaborados: “Se trata de poner una serie de objetos sobre una bandeja y cubrirlos con una tela. Retirar el trapo durante treinta segundos e intentar después recordar todos los objetos”. A mí me gusta especialmente éste que sigue, sobre todo por el riesgo que entraña y del que nos advierte el autor: “Según se cruza con otras personas en la calle intente hacer descripciones mentales de sus rasgos físicos como si se tratara de sospechosos. En este ejercicio (aquí viene la advertencia) es conveniente tener cuidado con no clavar la mirada excesivamente en los demás; en tal caso, no sólo se desvirtúa el ensayo, sino que pueden provocarse escenas de indignación poco gratas (pero aún hay más). Puede darse el caso de que aquél al que observemos tenga las mismas aficiones detectivescas que nosotros y ante nuestra mirada insistente nos tome por alguien sospechoso y avise inmediatamente a la policía.” No sé, a mí me parece que ya sería mala pata que durante la práctica del ejercicio te acabaras tropezando con otro memo haciendo el indio como tú, pero hay que preverlo todo. Es la máxima del buen detective.
En la parte de los disfraces se nos proponen dos trucos sencillos, pero muy eficaces y “utilizados en numerosas ocasiones por los detectives modernos”. Se trata de “llevar un abrigo reversible (teniendo en cuenta, por supuesto, que un abrigo o impermeable sean adecuados para la fecha y el lugar)”. El señor Dempsey lo advierte por si a alguien se le ocurre hacer un seguimiento en agosto por la playa de Benidorm pertrechado con su abrigo reversible. En ese caso, el truco parece ser que no funciona tan bien, a menos que se pretenda ir disfrazado de chiflado, claro. Se añade otra aclaración: “Este abrigo puede ser oscuro por un lado y claro por el otro”. Aquí interpreto que lo que quiere decir el autor es que si la prenda reversible es del mismo tono por los dos lados, pasa algo parecido a lo de la playa de Benidorm, el truco pierde bastante eficacia. No digamos si es del mismo color por ambos lados.
Me gusta mucho el segundo truco: “Otra forma fácil de conseguir el efecto de parecer una persona distinta es llevar un impermeable enrollado dentro de un periódico. Si el detective se da cuenta de que el sospechoso se ha fijado en él, al desprenderse del periódico y ponerse el impermeable, podrá despistarlo una vez más.” Lo que no dice el autor es que el sospechoso a lo mejor se ha fijado en el detective porque no es muy frecuente que alguien lleve un impermeable enrollado dentro de un periódico.
Cuando habla de los riesgos de la profesión intenta tranquilizarnos: “En cuanto al riesgo de muerte, no está exento del trabajo del detective, pero tampoco ocurre, ni mucho menos, todos los días”.
Son de lectura imprescindible las normas de seguridad personal de todo detective (obsérvese la sorprendente semejanza con las normas de seguridad personal de todo no detective):
-Reconocer siempre a cualquier visitante que nos pida que abramos la puerta.
-No permitir el paso a desconocidos, sea cual fuere el pretexto que aduzcan para intentarlo.
-Instalar una cadena protectora en la puerta.
-No aceptar paquetes o regalos no esperados.
-Evitar deambular por lugares desiertos.
-No tomar trayectos poco frecuentados.
-Caso de circular en coche, subir las ventanillas y echar los cerrojos.
Después vienen algunos capítulos bastante aburridos sobre Scotland Yard, la policía montada del Canadá, la CIA e Interpol, las huellas dactilares, la teoría de Lavater (unos siglos desfasada) sobre la relación entra rasgos faciales y delincuencia y, por último, algunas historias escogidas de detectives provenientes de fuentes diversas.
Y así llegamos a dos de mis partes favoritas: “El argot del hampa” para pasar desapercibido (incluyo foto de las dos páginas, espero que sean legibles) y el pequeño “Tratado de fisiognomía por el que se conoce la naturaleza e inclinaciones de las personas, estudiando las diferentes partes del cuerpo. El argot del hampa, una vez estudiado, nos permitirá introducirnos en los círculos de delincuentes más restringidos. Basta con acercarse a uno de ellos (con el abrigo reversible o la gabardina enrollada dentro del periódico) y decir, por ejemplo, “ha venido la pasma en una lechera y hemos tenido que tocar el piano mi tronco y yo por un blanqueo que le habíamos hecho a un maqueteao” Al parecer, dominando el lenguaje de los rufianes, pasaremos totalmente desapercibidos.
En cuanto al pequeño tratado de fisiognomía, recoge perlas como estas:
-“El hombre que tiene el cabello liso, largo, blanco o rubio fino y dócil es naturalmente tímido, débil y pacífico.”
-La nariz bastante elevada en el centro denota al hombre extraordinariamente embustero, vago, inconstante, lujurioso, de vana inteligencia,…”
-Los dientes pequeños, débiles, en corto número y cortos, señalan un hombre inteligente.
-Los que tienen los dientes muy largos y agudos, un poco separados y fuertes, son envidiosos, golosos, desvergonzados, embusteros, falsarios, infieles y sospechosos.
-Las orejas grandes y gruesas indican al hombre estúpido, perezoso, de temperamento burdo, de mala memoria y de dura penetración (¡?).
-La espalda velluda, flaca y elevada indica al hombre sinvergüenza, perverso, brutal, de pervertido juicio, débil, poco acostumbrado a la fatiga y perezoso.
-Los jorobados son prudentes, espirituales, de poca memoria, falaces y medianamente ruines…
Bueno, pues ya os he dejado algunas pistas por si queréis iniciaros en el rentable ejercicio de la investigación privada. Que haya suerte. Con estos consejos, la vais a necesitar.