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miércoles, 26 de marzo de 2014

EL REY ARTURO Y LOS CABALLEROS DE LA MESA REDONDA


Cuando se es un adolescente ilustrado, libromaniaco y romántico es imposible no acabar cayendo antes o después en la corte del rey Arturo, no sentirse atrapado por la más grande búsqueda simbólica y espiritual del mundo occidental, la quest del Santo Grial. En mi caso, la puerta de entrada fue a través de “Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros”, el fantástico resumen del ciclo que escribió John Steinbeck y que publicó Edhasa en España. Su lectura además supuso para mí una verdadera incorporación al mundo de los mayores porque en él se recogían casi todos los asuntos importantes de la vida adulta: la lealtad, el amor, la muerte, el valor, y también las primeras escenas eróticas que leía en mi vida. Nada demasiado escandaloso. Cosas del tipo “yacieron juntos”.
 

Con el mejor escritor del ciclo, Chretien de Troyes, (“El caballero de la carreta” y sus otros relatos) alcancé el corazón del reino para continuar más tarde con las publicaciones de Siruela y sobre todo con su espectacular edición de “La muerte de Arturo” de Thomas Malory. El Lanzarote en prosa, incluido en el ciclo de la Vulgata, vendría después.
 
 
 
 

Para mí, los libros de consulta básicos en español son “Historia del rey Arturo y de los nobles y errantes caballeros de la Tabla Redonda” de Carlos García Gual, y el “Breve diccionario artúrico” de Carlos Alvar. Los dos en Alianza Editorial.
No es difícil averiguar por qué el ciclo artúrico resulta tan atractivo. Para empezar, como si se tratara de uno de esos juegos literarios de vanguardia, es una gran historia escrita por muchos y a través de varios siglos. Y todos sus autores parecen dispuestos a respetar las normas básicas del universo artúrico. Esto, le da un grado muy alto de verosimilitud, convierte en real lo que nunca dejó de ser un mundo mítico. Por eso siempre hay quien se empeña en buscar los orígenes verdaderos del rey Arturo o del reino de Camelot, como si eso le importara a alguien.
Y, cómo no, los grandes personajes. Yo me quedaría con tres. El rey Arturo, a la cabeza de su reino, protegido por la magia de Merlín; el sin par Lanzarote del Lago y la hermosa reina Ginebra. Un verdadero triángulo amoroso que, como casi todos, acaba fatal. Con muerte, tristeza y destrucción. Siempre me he preguntado cómo era posible que Lancelot, el mejor caballero del mundo, el más digno de confianza, fuera capaz de traicionar a su rey; cómo podía ser que Ginebra, espejo de damas, pudiera traicionar a su marido (es verdad que los matrimonios entonces no solían ser por amor), y sobre todo, cómo se las arreglaba Arturo, el sabio rey de Camelot, para no enterarse de nada.
 
 


 
El resto de los personajes individuales son ya muy secundarios: Merlín, Morgana, la Dama del Lago,… están muy lejos de los tres anteriores y también muy lejos del gran personaje colectivo formado por los caballeros de la Tabla Redonda. Para mí, es un personaje tan colectivo que apenas soy capaz de recordar dos o tres nombres y además suelo confundir unos con otros sin que me pese demasiado.
 
 
 
También en este universo artúrico está el origen de mi escasa simpatía por don Quijote que, además de una obra maestra de la literatura, es una caricatura de la caballería. No tanto de las narraciones canónicas del ciclo como de sus posteriores derivaciones europeas. Parece ser que Cervantes se entusiasmaba por los libros de caballerías. Me imagino que le debía de resultar imposible escribir uno de verdad porque la época ya había pasado así que sólo le quedaba el camino de la burla literaria. Eso hoy en día algunos lo llaman metaliteratura.

 
¿Y qué queda hoy de todo esto? Pues todo y nada. Durante muchos siglos las órdenes militares recogieron el modelo de caballero espiritual y se las puede considerar de algún modo muy amplio como herederas del mito artúrico. Después fueron desapareciendo. Pero el ideal caballeresco sigue ahí, está presente en nuestra vida cotidiana, en el trabajo, en la universidad, en los patios de los colegios. ¿Es que no hay verdaderos caballeros y verdaderas damas a nuestro alrededor? ¿No vemos todos los días abusones, patanes, traidores y malvados entre los compañeros de trabajo o estudios? ¿Acaso faltan oportunidades todos los días para defender a los desvalidos, para ser leal, para escoger el camino difícil de la honestidad? El ideal de la caballería no ha desaparecido y ahora, en estos tiempos oscuros que vivimos, tan oscuros como los de Uther Pendragon, es más necesario que nunca. No les quepa duda, damas y caballeros.

 

martes, 25 de marzo de 2014

ACABO DE LEER... "LA NIÑA QUE HACÍA HABLAR A LAS MUÑECAS" DE PEP BRAS (ALEVOSÍA)



Es muy difícil saber si una novela se va a vender, si va a ser leída por millones de personas en todo el mundo, porque para que eso suceda hace falta que concurran, como en los accidentes aéreos, varias causas que, además, no siempre tienen por qué ser las mismas. Lo que sí resulta mucho más sencillo es averiguar si al menos cuenta con los elementos necesarios para que se produzca el milagro. "La niña que hacía hablar a las muñecas", por ejemplo, los tiene casi todos. Una trama muy entretenida, una ambientación trabajada, personajes creíbles, amores imposibles, misterios del pasado, fatalidades del destino, escenarios exóticos en Brasil, elegantes en París, Barcelona oculta en la penumbra de la desmemoria,... Leyéndola, no sé por qué, me he acordado varias veces de "El jardín olvidado" de Kate Morton, quizás porque ambas coinciden en algunas de estas cosas. Y sin embargo, hay algo en lo que "La niña que hacía hablar..." se distingue y supera a "El jardín olvidado" y a la mayor parte de los bestsellers habituales, y es en la extensión, o más bien en su limitada extensión. Su autor, Pep Bras, no necesita centenares y centenares de páginas (la mayor parte de relleno) para contar su historia, trescientas le son suficientes y esto, la verdad, resulta muy de agradecer en un ámbito, el de la novela de entretenimiento, que siempre tiende a la desmesura.

Por último, es muy destacable el trabajo realizado con el punto de vista. Narrador y autor coinciden como ficticios bisnietos del protagonista y, por lo tanto, descendientes de la mayor parte de los demás personajes para finalmente convertirse en elemento imprescindible para el desenlace de la historia.

En definitiva, "La niña que hablaba con las muñecas" es una novela lograda, no sólo porque alcanza con creces lo que pretende, que es entretener al lector, sino porque además lo hace sin bajar el listón de la calidad, y esto es ya mucho más de lo que se puede decir de la mayor parte de lo que se publica por ahí habitualmente.


lunes, 24 de marzo de 2014

ACABO DE LEER... "BEOWULF" DE SANTIAGO GARCÍA Y DAVID RUBÍN (ASTIBERRI)




Uno de los principales defectos de las adaptaciones de clásicos de la literatura al mundo del cómic suele ser el exceso de texto, el predominio de la letra sobre el dibujo debido casi siempre a la incapacidad de sus autores para trasladar lo que en un principio sólo era letra a un lenguaje visual. En estos casos, los dibujos acaban por convertirse en meras ilustraciones del texto y no en las herramientas narrativas que deben ser por sí mismas.




Bueno, pues esto que acabo de contar es justo lo que NO ocurre en la adaptación que Santiago García (historietista) y David Rubín (dibujante) han hecho de Beowulf, el gran poema épico anglosajón en el que el héroe nórdico Beowulf se enfrenta a tres monstruos sobrenaturales a lo largo de su vida. En este cómic todo es dibujo, todo es color, casi siempre rojo, como la sangre que sale a borbotones de monstruos y guerreros; el texto aquí queda reducido a la mínima expresión y gracias a ello, sus autores son capaces de transmitirnos visualmente toda la crudeza y la brutalidad que se desencadenan en el enfrentamiento de un sólo hombre con verdaderos monstruos, y al hablar de verdaderos monstruos, lo que quiero decir es que los que aquí aparecen son seres carentes de cualquier rasgo o gesto que los acerque al ser humano, son pura bestialidad.





Pero el dibujo y el color no son los únicos aciertos de esta adaptación, también hay que quitarse el sombrero ante el extraordinario trabajo en la maquetación de las viñetas, aprovechando una vez más una herramienta exclusiva del cómic para ayudar a la narración.



En resumen: una obra maestra.

miércoles, 19 de marzo de 2014

PEQUEÑO CATÁLOGO DE OBJETOS INÚTILES (III). EL LABERINTO


Me cuesta trabajo discernir si el laberinto es un lugar, un símbolo, un icono o las tres cosas a la vez. En cualquier caso, no cabe duda de que tiene que contener algún elemento mágico para que haya fascinado al ser humano casi desde el inicio de los tiempos. El primero, claro, fue el de Creta. El que ordenó construir el rey Minos a Dédalo. En aquel caso se trataba de una prisión, un lugar apartado y de difícil acceso donde poder mantener apartado al Minotauro, ese ser monstruoso mitad hombre y mitad toro, fruto de los amores de su mujer, Pasífae con un toro. De aquel laberinto, que algunos asociaron con el caótico palacio de Cnosos, proceden todos los demás. Al menos en Occidente.

 

Aunque existen mil variedades de laberintos, hay una clasificación básica que los separa en dos grupos: los unidireccionales y los multidireccionales. En español o en francés se utiliza la misma palabra para los dos. En inglés, sin embargo, se llama “labyrinths” a los unidireccionales y “mazes” a los multidireccionales. Los primeros suelen estar asociados a lo espiritual y su recorrido representa una alegoría del paso por la vida y sus vicisitudes. En un laberinto unidireccional no te puedes perder porque sólo hay un camino. No son laberintos para perderse sino para encontrarse. Eso sí, para llegar al centro darás muchas vueltas y cuanto más cerca te encuentres más camino te quedará. Cuando parezca que te alejas, estarás a punto de llegar. Son unidireccionales los primeros laberintos clásicos o cretenses y, por supuesto, todos los laberintos que se encuentran dibujados en los suelos de las catedrales góticas. Son buenos ejemplos los de Chartres, Amiens, Reims o Bayeux. Últimamente se venden por ahí los relieves en metal de estos laberintos para que recorriéndolo con el dedo o con un palito se pueda experimentar sin moverse el mismo recorrido simbólico y espiritual de los que visitan estas iglesias. Los llaman laberintos de dedo.
 

 
 
 
Los laberintos multidireccionales tuvieron su época de esplendor en los siglos XVII y XVIII asociados al desarrollo de la jardinería. Sus variedades son infinitas y sus paredes están casi siempre formadas por setos de boj o algún arbusto parecido. Hubo uno, quizás de los primeros, en el jardín de Chateaux Le Vicomte, el palacio que Fouquet, ministro de Finanzas de Luis XIV, mandó construir a su mayor gloria. Para su desgracia, el mismo rey fue a su fiesta de inauguración y vio tal esplendor que sospechó de la honradez de su ministro hasta el punto de ordenar su detención. Moriría sospechosamente en prisión poco después. Lo siguiente que hizo Luis XIV fue mandar construir un palacio y un jardín todavía mejores en Versalles, un terreno en aquella época bastante insalubre y pantanoso. LeNôtre, su jardinero (paisajista se le llamaría hoy en día), le diseñó dentro del esplendoroso jardín un estupendo laberinto. En realidad este laberinto y casi todos los que se diseñaron en la época sí que estaban pensados para perderse, pero no solo sino junto a alguna compañía galante. El objetivo, en este caso, más que dificultar la salida era impedir que se encontrara a las parejas por allí perdidas.
 

 
 
En España hay dos ejemplos estupendos de este tipo de laberintos galantes, uno en Segovia, en los jardines del palacio de La Granja de San Ildefonso, y otro en Madrid, en los jardines del palacio de los Duques de Osuna, conocido como “El Capricho”. El de La Granja es una copia del que diseñó LeNôtre para el Chateau de Chantilly. Los dos desaparecieron y han tenido que ser reconstruidos siguiendo los planos de la época. El de Versalles, por cierto, ya no existe.
 
 

 
Además de estos, nos rodean en nuestra vida cotidiana infinidad de otros laberintos más o menos ocultos. El juego de la Oca es un laberinto del tipo unidireccional; el juego clásico de ordenador “Pacman”, llamado en España “Comecocos”; los barrios de Alfama en Lisboa o del Albaicín en Granada; los centros históricos de casi todas las ciudades árabes; la mayor parte de los aeropuertos del mundo (imaginémoslos sin señalizaciones),… y en la literatura, quién no recuerda la laberíntica biblioteca de “El Nombre de la Rosa”.
 

 
 

 
En mi caso particular, mi primera experiencia con un laberinto la viví de pequeño en el laberinto de espejos del Parque de Atracciones de Madrid. Todavía recuerdo la extraordinaria sensación de sentirse perdido por unos instantes. Esta atracción, mi favorita, la quitaron poco tiempo después. A veces tengo la sensación de que mis gustos no coinciden exactamente con los de la mayoría.
 
 
 
Mi otra gran experiencia con laberintos (aparte de visitar asiduamente el de La granja) fue en la sede de una empresa que estaba compuesta por cuatro edificios unidos entre sí por túneles subterráneos. Dos de los edificios tenían ocho plantas, cuatro de ellas subterráneas; y los otros dos, cuatro plantas de superficie y dos bajo tierra. Muchas de las ventanas estaban clausuradas y las mamparas que separaban los distintos departamentos eran todas opacas e idénticas entre si. No habría hecho falta más que quitar los carteles fosforescentes que indicaban el camino hacia la salida para que las personas que entraban allá por primera vez se hubieran perdido quién sabe si para siempre. Los empleados de aquella empresa recorrían sus pasillos siempre temerosos y vigilantes intentando no tener un mal encuentro con el despótico dueño, que también solía pasearse arriba y abajo. Se trataba del Minotauro, claro.

 
También existe una “Labyrinth Society”, pero en este caso no me cuenta a mí entre sus miembros.

 
Si os interesa el asunto, hay dos libros en español sobre laberintos. Son los siguientes:

 
-El laberinto. Historia y mito. Marcos Méndez Filesi (ALBA). Mi favorito.

 
-El libro de los laberintos. Paolo Santarcángel. (Siruela). Es más estético que el otro pero más aburrido también.

lunes, 17 de marzo de 2014

ACABO DE INCLUIR EN MI LISTA DE DESEOS... "QUÉ HACER CUANDO EN LA PANTALLA APARECE THE END" DE PAULA BONET (LUNWERG EDITORES)

Desde hace algún tiempo, ya venía oyendo hablar cada vez con más fuerza de esta artista que viene del mundo de la pintura, del óleo, para ser más precisos, y que parece haberse decidido finalmente por la ilustración. Todavía no he tenido el libro en las manos, pero con estas fotos creo que nos podemos hacer una idea de la maravilla de la que estamos hablando. No creo que tarde mucho en comprarlo.


viernes, 14 de marzo de 2014

LOS LIBROS DEDICADOS Y EL PASO DEL TIEMPO


¿Por qué dedicamos los libros que regalamos? ¿Por qué lo hacemos si no somos nosotros los autores? ¿Y por qué no cuando el obsequio es una corbata, una cafetera o un pisapapeles?
La primera razón, por supuesto, es puramente física. Un libro está compuesto por hojas de papel (salvo los electrónicos, otra diferencia más) y, por tanto, se puede escribir en ellos. Casi todos los demás objetos son menos adecuados para la escritura. En algunos, como los anillos y colgantes, se pueden grabar cosas pequeñas: fechas, nombres, frases cortas, aunque no es lo mismo.

Pero además del aspecto material tiene que haber más razones. Quizás el carácter especial del libro, su condición de tótem cultural, que lo separa del resto de los objetos; o la sensación de que es algo perdurable; o nuestra sintonía con lo que el autor ha escrito dentro y que, por tanto, lo convierte en algo casi nuestro. En definitiva, si el que lo escribió fue capaz de poner palabras a lo que nosotros sólo pensábamos o sentíamos, se convierte sin saberlo en nuestro mensajero. Y esto enlaza con otro de los motivos, a veces el principal, por el que solemos dedicar el libro que regalamos: reforzar el mensaje que queremos transmitir con el regalo, bien por lo que dice el libro dentro o bien por lo que representa en sí.

Por eso es normal que la gran mayoría de los libros que dedicamos tengan como destinatario a personas a las que nos une por lo menos un gran afecto. Suelen ser hijos, padres, nietos, abuelos, grandes amigos, novios (por supuesto). No suele ser habitual que dediquemos libros a clientes, proveedores o socios.
Hay, claro está, muchas dedicatorias en las parejas incipientes. Casi siempre antes de que lleguen a convivir bajo el mismo techo (quizás porque haya algo inquietante y absurdo en el regalo y dedicatoria de un libro que va a acabar colocado en la misma estantería que los tuyos). Yo conocí una vez a alguien que regaló a su novia un ejemplar de “La Vida Exagerada de Martín Romaña” y le escribió una dedicatoria tan larga que sobrepasó el espacio en blanco de las primeras páginas y acabó desbordándose por los márgenes del primer capítulo. En ese caso, lo que de verdad quería aquel enamorado enloquecido no era escribirle una dedicatoria, sino una novela entera aunque el papel ya estuviera impreso por otro.

¿Y qué ocurre después con esos libros dedicados? Cualquier cosa. Si la pareja funciona y después tienen hijos, suelen acabar escondidos para evitarse el bochorno de las frases febriles leídas por los nunca comprensivos hijos. Si la pareja se rompe pueden acabar en cualquier lado, en la basura, en la chimenea, en la librería de viejo,… depende más bien de los términos de la ruptura. Este último destino, el de las librerías de viejo suele ser el más frecuente, y no sólo para las dedicatorias amorosas. De hecho, la mayor parte de la gente que vende bibliotecas enteras, generalmente por fallecimiento, no suele tener ni idea de los tesoros que se ocultan entre las páginas de los libros. Tampoco importa porque no tienen un valor especial en dinero. El libro no sube de precio, puede incluso bajar. Estos tesoros sólo ven la luz mucho después, cuando el comprador tiene el libro en sus manos. A veces, después de haberlo comprado. Ni siquiera el propio librero los descubre en muchos casos.

A lo largo de esta entrada he ido intercalando fotos de dedicatorias. Las he encontrado en libros viejos que he ido comprando aquí y allá. Como me gusta coleccionar libros infantiles o juveniles, no son amorosas. Son de padres, de abuelos, de alumnos, de tíos… y están escritas sobre libros de Kipling, de Guillermo, de Robin Hood o de Los Cinco. Cuando leo estas dedicatorias, puedo también adivinar la fuerte carga de nostalgia que incluyen. No porque la tuvieran en su momento, cuando fueron escritas, sino porque la han ido adquiriendo con el paso del tiempo, cien, ochenta, setenta años después, ahora que esa abuela o ese padre o esa profesora o esos alumnos o esos hijos quizás ya ni siquiera estén entre nosotros. Ahora que el rodillo del tiempo ha pasado por encima de todos ellos como pasará también por nosotros y por nuestros descendientes.

Las traduzco a continuación por si hace falta:
De parte de Dorothy. Navidades de 1926.
Con los mejores deseos de parte del tío Frank.
Para mi querido hijo Ronald de parte de papá con todo mi cariño por un resplandeciente y feliz cumpleaños. xxxx xxxx. 23-5-56. (Ésta es mi favorita)
Con el más caluroso cariño y la más distinguida felicitación de Navidad para la señorita Anthony de parte de la clase Nº 8. 1903.
¡Feliz cumpleaños! 1 de julio de 1935. Para Priscilla de parte de Alice.
A mi querida Bárbara de parte de la abuela. Navidades de 1932.
Dorothy, el tío Frank, Ronald, su padre, la señorita Anthony, sus alumnos, Priscilla. Alice, Bárbara, su abuela. Quiénes son, quiénes fueron y donde están.

jueves, 13 de marzo de 2014

ACABO DE INCLUIR EN MI LISTA DE DESEOS... "LOLITO" DE BEN BROOKS (BLACKIE BOOKS)


El título me espanta y de Ben Brooks no sé nada todavía, sólo lo que leo en la Wikipedia, que nació en el 92 y que ha escrito cinco novelas (Dios Santo, que estoy haciendo con mi vida), pero el argumento me atrae y Blackie Books es una de las editoriales más interesantes del momento. Así que en caso de empate, vale el voto de calidad del presidente (yo) y lo incluyo en mi lista de deseos.

Esta es la reseña de la editorial:

"Etgar tiene todo por hacer y sin embargo no quiere hacer nada. Etgar tiene problemas de adolescente y miedos de adulto. Etgar solo quiere ver documentales marinos y comedias sin muerte, pero clica en los vídeos virales más sádicos. Etgar es aún un crío, pero ya escribe cartas imaginarias a sus hijos que no nacerán. Etgar querría beber siempre té con Nesquik, pero vacía una botella de alcohol tras otra. Los amigos de Etgar también lloran, como él, pero siempre despiden sus mensajes con una risa. Pasea por las calles grises de su pueblo, pero es en internet donde Etgar descubre el desamor más cruel (el engaño de su primera novia en Facebook) y también el amor más cálido y extraño (el consuelo de una mujer madura tan indefensa como él, en un chat sexual). Un juego de identidades que deberá resolver en la vida real. Tecleada a tumba abierta y con el corazón en un puño, para partirse de dolor y también de risa, Lolito es una maravilla escrita por el mejor, y más lírico, cronista de su generación. Un Holden Caulfield con conexión a internet, el reverso cruel de Wes Anderson y la mejor actualización de las novelas de los angry young men. Elogiado por Nick Cave y aclamado por la crítica británica, nadie escribe como Ben Brooks, porque Ben Brooks, como Etgar, es único. Aunque comparte miedos con todos sus lectores."

martes, 11 de marzo de 2014

PATRICK MODIANO Y EL RECUERDO ENCUBRIDOR


Me dispongo a escribir esta entrada con el convencimiento de que no la llevaré a buen término, de que no seré capaz de explicar a los que no lo han leído lo increíblemente atractivo que resulta el universo de Patrick Modiano, un escritor cuya obra ha sido víctima de los caprichos de la edición en español. A pesar de que gran parte de su obra ha sido traducida y publicada en nuestro país, los cambios constantes de editorial y las ediciones modestas han conseguido que este escritor consagrado en Francia no haya pasado de autor minoritario entre nosotros. Parece ser que estos últimos años, desde que ha comenzado a publicarlo la editorial Anagrama, el panorama puede estar cambiando.

La característica principal de la obra de Modiano, lo que la hace en mi opinión diferente y especial, es su capacidad de describirnos el pasado tal como lo vemos, de caminar por el nebuloso espacio del recuerdo. Toda la literatura es recuerdo, siempre asumimos la ficción de estar leyendo los recuerdos del narrador, tanto si habla en primera persona como si se refiere a otro, lo que cuenta ha debido de suceder justamente por el hecho de estar contándolo y, al narrarlo, se supone que previamente lo ha recordado. Sin embargo, este recuerdo tal y como se suele transcribir en la literatura no es creíble. Una vez plasmado en el papel sólo nos lo creemos empujados por el ansia de creerlo que tenemos como lectores, pero su apariencia no puede ser menos real. Esas descripciones precisas, esos diálogos exactos, todo es demasiado nítido y claro como para que sea fruto del recuerdo de nadie.

Modiano es el único escritor que yo conozco capaz de poner en palabras el ambiente borroso, oscuro, desdibujado y misterioso de los recuerdos. Más que describir lo que le pasó a su personaje, trata de contar lo que recuerda que pasó o, más difícil todavía, lo que deduce que pudo ocurrir a partir de la mínima información que obtiene de algunos recuerdos mal hilados, de la evocación que surge al contemplar fotos y objetos olvidados, o del paseo a través de vulgares paisajes urbanos que en su momento fueron importantes para alguien. Lo que pasó, lo que recordamos que pasó y lo que creemos que pudo pasar a partir de lo que recordamos son, como es obvio, realidades bien distintas.

Un concepto que para Modiano es muy importante (él mismo lo reconoce en sus entrevistas) y que es recurrente en todas sus novelas es lo que en su “Psicopatología de la vida cotidiana” Freud llamó “recuerdo encubridor”. Es decir, el recuerdo reconstruido ficticiamente desde sucesos reales o fantasmas. Todos tenemos nuestras cabezas llenas de recuerdos encubridores (yo, por ejemplo, creo que resumo toda mi infancia cuando me recuerdo a los diez u once años contemplando la calle desde la ventana del salón de mi casa un sábado nublado de otoño alrededor de las cuatro de la tarde) pero Modiano además es capaz de construir toda una obra en torno a ellos. Ha escrito más de treinta novelas y en todas ellas ese recuerdo equivocado y tramposo es el que conduce a los personajes a través del argumento.

Con esto no quiero decir que las novelas de Modiano sean oníricas ni nada parecido. No sé a vosotros, pero a mí los sueños en novelas y películas me resultan aburridísimos. También cuando alguien se empeña en contarme los suyos. Los sueños sólo resultan entretenidos para el que los ha soñado.

Aunque algunos dicen que Modiano sería una especie de Proust con menos músculo, tampoco habría logrado mi objetivo si, al leer esto, se llega a la conclusión de que es un escritor de estilo difícil y enrevesado. Ni muchísimo menos. Sus novelas, sencillas y entretenidas, se leen casi como si fueran novelas negras en las que, eso sí, el detective, la víctima y el asesino se solapan en el protagonista.

Por otra parte, y a pesar de que la memoria y el recuerdo constituyan la fuerza motora de su obra, la nostalgia como tal no está presente. O al menos a mí no me lo parece. La obsesión de los protagonistas por investigar sobre su pasado no va acompañada de un deseo doloroso de volver a él. Se trata más bien de la necesidad de averiguar qué pudo pasar.

Os añado a continuación el argumento de algunas de sus novelas (según el resumen del editor), que a mí me parecen importantes, por si pueden completar de alguna manera mi (probablemente) fallido intento de transmitiros los motivos de mi entusiasmo por su obra.

CALLE DE LAS TIENDAS OSCURAS

¿Quién empuja a un tal Roland Guy, empleado de una agencia de detectives a salir en busca de un desconocido que desapareció hace tiempo? ¿La necesidad de encontrarse a sí mismo después de años de amnesia? A lo largo de su investigación, recogerá fragmentos de la vida de este hombre que fue tal vez él y con el que, de todos modos, acaba finalmente por identificarse.


TAN BUENOS CHICOS

En los alrededores de París, el Colegio de Valvert, apodado el Castillo por su parque, sus banderas y sus bosques, tiene como internos "buenos chicos" más o menos abandonados por sus familias – ricos o arruinados, inestables, cosmopolitas, sospechosos. Allí llevan a cabo sus estudios, creando lazos de amistad tanto entre ellos como con sus profesores un tanto pintorescos. Más tarde, la vida los dispersa.  

Pasan veinte años. Gracias a su memoria y a su curiosidad, el narrador – quizás el mismo Modiano - reconstruye el viejo espíritu llevando a cabo una especie de investigación acerca de lo que el tiempo ha podido hacer de sus antiguos compañeros.


BARRIO PERDIDO

Un domingo de julio, Ambrose Guise llega a Paris. Nadie. Salvo las estatuas. Una ciudad fantasma, le parece, tras un bombardeo y el éxodo de sus habitantes. Autor inglés de novelas policiacas, viene a reunirse con su editor japonés. Pero va a aprovechar este viaje para resolver los misterios de su pasado, del tiempo en que era francés y se llamaba Jean Dekker, hace veinte años. Hace entonces surgir extraños lugares en un París crepuscular y alucinado: une habitación secreta en la rue de Courcelles, frente a una pagoda; una gran planta baja que da a un jardín en place de l’Alma… Despierta a los fantasmas de Georges Maillot, al volante de su coche blanco, de Carmen Blin, Ghita Wattier, de los Hayward... Todo un barrio perdido de la memoria es así revisitado y liberado el secreto de sus encantos y de sus sortilegios.


DORA BRUDER

Una adolescente perdida en los pliegues del pasado resume en su desoladora peripecia vital el sufrimiento de toda una época: el continente europeo en la era hitleriana, visto desde la perspectiva actual, y la aventura moral del escritor que trata de recobrar la verdad de aquel tiempo y aquellos seres.

El 31 de diciembre de 1941, en el periódico Paris-Soir, apareció un anuncio dramático: unos padres buscaban a su hija, de 15 años, que se había fugado de un colegio de monjas. Nueve meses más tarde, el nombre de la muchacha aparece en una lista de deportados al campo de exterminio de Auschwitz. Al filo de estas dos desapariciones sucesivas conocemos el destino de todo un pueblo, de toda Francia y de toda Europa, en un momento de dolor y violencia, en el que la pureza resalta sobre un fondo de destrucción. Pero el tema del libro no es sólo la vida de Dora Bruder, sino la búsqueda del propio autor que trata de reconstruir aquella biografía borrada.