Todas las buenas novelas policíacas contienen varios planos
de lectura. Por lo general suelen incluir la recreación de un país, una ciudad
o una época, una sólida construcción psicológica de los personajes, una
cuestión moral de mayor o menor calado y, por fin, el mero pasatiempo
detectivesco. “Expediente Bagdad” es una magnífica novela policíaca y por eso
se puede analizar a través de sus capas narrativas.
Cuando queremos acercarnos a una determinada época o país,
casi siempre la manera más directa de hacerlo (aparte de haber estado allí,
claro) es a través de la novela. La ficción nos permite vivir las experiencias
de los demás de una forma mucho más intensa que los ensayos, los libros de
viajes (salvo los muy buenos) o incluso los reportajes o documentales. En este
sentido, “Expediente Bagdad” nos acerca al Bagdad de los últimos días del
régimen baazista con una lupa que produce escalofríos. A través de ella vemos
los bombardeos cada vez más cercanos, las amenazas de represalias y venganzas, el
desmoronamiento del poder establecido, los saqueos, el miedo, el vértigo de una
cotidianidad que desaparece día a día a cambio de la pura incertidumbre. En
definitiva, vemos desde dentro el horror de una ciudad cercada y a punto de ser
tomada por las tropas enemigas. En este caso es el Bagdad de abril de 2003,
pero podría ser también cualquier otra ciudad en guerra de la historia.
En cuanto a los personajes, están todos muy bien perfilados,
pero impresiona especialmente el retrato profundo del doctor Rashid Al Said, un
hombre de marcado carácter intelectual, admirador de Nietzsche y represaliado
por el propio régimen al que pertenece, pero por encima de todo, una buena
persona con un alto sentido de lo justicia que, precisamente por eso, no encaja
bien en ningún lado.
Aunque el punto fuerte de la novela está en las cuestiones de orden moral que aborda. Por lo general, en una
novela policíaca, un crimen rompe el orden social establecido y una
investigación posterior trata de repararlo descubriendo al culpable para que
sea castigado. Lo insólito en esta novela es que los crímenes que en ella se
cuentan no rompen el orden social porque ya está previamente quebrado por la
guerra y el derrumbamiento del régimen; el investigador ya no puede reparar ese
orden social roto por el crimen porque no tiene capacidad para ello, porque,
como policía, ya no representa al Estado que en ese momento se está disolviendo.
Lo único en lo que puede ampararse para justificar su investigación es en el
concepto universal de justicia, lo que pasa es que cuando esa justicia no está
articulada dentro de una legislación, se acerca peligrosamente a la venganza.
Pero, ¿cuál es la alternativa? ¿Dejar impune el delito?