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sábado, 26 de julio de 2014

ACABO DE LEER… “BUTCHER’S CROSSING” DE JOHN WILLIAMS (LUMEN)


Se supone que la obra maestra de John Williams es “Stoner” y no voy a entrar a discutirlo, “Stoner” es una novela estupenda de la que ya hablé hace unos meses, pero a mí, quizás por el tema, me gusta más “Butcher’s Crossing”, la primera novela de John Williams, que es una de esas llamadas “de iniciación” (tan habitual en las primeras obras de un escritor).

“Butcher’s Crossing” es una novela además de aventuras porque lo que su joven  protagonista busca es el encuentro con “lo salvaje” al que en aquella época (los años setenta del siglo XIX) todavía se podía aspirar. Siguiéndolo en su periplo recorremos el auténtico “Far West” o más bien el auténtico “Middle West” en este caso porque la acción comienza en Butcher’s Crossing, un pequeño asentamiento de pioneros de Kansas, un cruce de dos calles con una tienda, una taberna, un hotel y decenas de cabañas precarias habitadas por cazadores de bisontes. Todo lo que John Williams cuenta acerca de Butcher’s Crossing se aleja de la estética habitual de los escenarios del western en novelas y películas para aproximarse, creo yo, a lo que debía de ser un lugar de este tipo en realidad. A partir de ahí viviremos ese mítico encuentro con “lo salvaje” que para mí se resume en este diálogo:

“-¿Y una vez en Colorado? –preguntó Andrews.
Miller sonrió ligeramente y meneó la cabeza.
-Allí no hay sendas. Viajaremos por el campo”

Efectivamente ya casi no hay lugares sin caminos en nuestro mundo actual, y mucho menos en los Estados Unidos, así que ese simple “allí no hay sendas, viajaremos por el campo” representa la incursión de los aventureros en el terreno virgen y desconocido, el escenario de la aventura.

Por otra parte, como aficionado a las historias de aventuras agradezco de verdad que John Williams sea realista acerca de situaciones habitualmente obviadas en este tipo de literatura como los efectos de la carencia de agua en personas y animales, el aburrimiento de la humilde comida de los viajeros a base de judías y panceta, o los verdaderos efectos de una ventisca o una fuerte nevada.

No creo desvelar nada importante si digo que al final del viaje, el protagonista habrá vivido una experiencia iniciática de esas que hacen madurar y que sirven de entrada a la vida adulta.

martes, 15 de julio de 2014

ACABO DE LEER… “EN UN METRO DE BOSQUE. UN AÑO OBSERVANDO LA NATURALEZA” DE DAVID GEORGE HASKELL (TURNER)



Lo más contundente que puedo decir sobre este libro es que empecé a leerlo en un ejemplar prestado de la biblioteca y que a mitad de la lectura me di cuenta de que no era un libro de leer y guardar o de leer y devolver, sino de leer y releer y también de llevar uno consigo en sus paseos por el bosque, así que acabé por comprarlo.

David George Haskell es biólogo, poeta y practicante de meditación zen, y todas esas condiciones las ha aplicado en la redacción de este libro hasta el punto de que estoy convencido de que un libro como éste sólo podría haber sido escrito por un poeta que a la vez fuera biólogo y practicante zen, por eso es un libro tan especial y único.

La propuesta de Haskell resulta ya interesante desde el primer momento. Ha escogido un metro cuadrado cualquiera en mitad de un bosque del estado de Tennessee sin otro criterio que el de contar con una piedra relativamente cómoda donde se va a sentar en sucesivas ocasiones a lo largo de las cuatro estaciones del año con el único objetivo de permanecer atento a lo que le rodea, a los pequeños y grandes acontecimientos protagonizados por la flora y la fauna del lugar. Durante ese año nos ira narrando sus experiencias, ilustrándonos al tiempo sobre ecología, entomología, biología y miles de cuestiones diferentes relativas a su metro cuadrado de bosque. Así aprenderemos que son las hembras de los mosquitos las únicas que nos pican y por qué, que las aves comen las cáscaras de los caracoles para hacer acopio del calcio con el que se formarán sus huevos, que los líquenes son una asociación simbiótica entre hongos y algas o microbios, lo que son las flores efímeras primaverales y por qué deben darse prisa en su polinización, como se protegen los árboles del viento… En fin es tanta la información interesante que, como dije al principio, hacen falta varias relecturas para asimilarla bien. Haskell se refiere a su metro cuadrado de bosque como “el mandala” porque para él representa todo el universo de la misma manera que lo hacen los mandalas para los budistas.

En cualquier caso, lo que este libro de verdad nos enseña es a observar lo que nos rodea con atención, como el mismo Haskell dice en el epílogo, “creamos lugares maravillosos al prestarles atención, no al descubrir lugares inmaculados que nos maravillen. Jardines, árboles urbanos, el cielo, campos, bosques jóvenes, una bandada de gorriones de las afueras de una ciudad… todos ellos son mandalas. Observarlos atentamente es tan provechoso como observar un bosque antiguo”. Y para ello nos da dos consejos finales, observar sin más expectativas que unos sentidos abiertos con entusiasmo y hacerlo inspirándose en la práctica de la meditación, centrando la mente en el momento presente.


jueves, 10 de julio de 2014

EMPEZAR (O NO), ACABAR (O NO) Y GUARDAR (O NO) UNA NOVELA


No suelo dar a las novelas más de una oportunidad. Salvo en casos excepcionales, sólo empiezo a leerlas una vez, tanto si las acabo como si las dejo a la mitad. Esto implica una gran responsabilidad a la hora de elegir el próximo libro que voy a leer. Sobre todo porque, como todo el mundo sabe, cada lectura tiene su lugar, su momento y su estado de ánimo. Si me equivoco en la elección, corro el riesgo de renunciar a una historia que quizás en otra ocasión habría merecido la pena.



Por lo general suelo empezar a barruntar la siguiente lectura en las últimas cincuenta páginas de la anterior aunque la escogida en ese momento rara vez es la definitiva. Sólo cuando termino la novela anterior es cuando empieza de verdad la selección de la nueva historia en la que me voy a sumergir los próximos días o semanas. Es un momento muy especial. Como ya sabéis, los que habéis leído las entradas anteriores, compro mucho más de lo que leo así que el abanico de posibles lecturas es desmesurado y la elección difícil. Paso mucho tiempo recorriendo las estanterías y los montones de libros que crecen aquí y allá, hojeo uno, luego otro, y cuando por fin creo haber encontrado el que voy a leer, a veces lo dejo de repente otra vez en su sitio y me decido por uno totalmente diferente. Unas veces ganan las últimos libros comprados, otras ha habido algo, un artículo del periódico, una conversación, que me ha hecho recordar un libro de hace tiempo, no hay una regla fija. Lo que no hago nunca es leer dos libros seguidos del mismo autor (que yo recuerde, sólo ha habido una excepción, las novelas de "Canción de Hielo y Fuego de George R.R. Martin porque no era capaz de leer otras cosas sin saber qué les podría estar ocurriendo a sus personajes).

Muy bien, ya tengo el libro elegido en las manos. ¿Seré capaz de acabarlo? Hace mucho tiempo que me liberé de la necesidad neurótica de acabar de leer todos los libros que empezaba. Ahora soy capaz de dejarlo incluso después de haber leído 150 o 200 páginas. ¿Qué tiene que tener un libro para que continúe leyéndolo hasta su última página? La respuesta es sencilla, sospechosamente simple: debe merecer la pena. Supongo que antiguamente, cuando casi no había libros publicados ni otras opciones de ocio, el nivel de lo que merecía la pena debía de estar bastante bajo. Hoy en día, con decenas o quizás centenares de miles de libros publicados al año, hay que tener mucho cuidado con la pregunta “¿Por qué demonios estoy leyendo esto si podría estar leyendo aquello?” O peor todavía, “¿Por qué estoy leyendo un libro si podría estar viendo una película en DVD, o yendo al cine, o escuchando música o jugando con una videoconsola?”



En mi caso, las razones por las que acabo dejando de leer una novela se encuentran básicamente entre éstas: que su estilo sea demasiado vulgar; que sea demasiado pedante; que la historia no tenga ningún interés; que teniendo interés, no avance con el ritmo adecuado; que sea demasiado predecible; que los personajes sean planos; que no tenga tiempo o ganas de leer a menudo y haya pasado demasiado tiempo desde que la empecé; que sea una novela de humor y no tenga ganas de reírme; que sea un drama y no tenga el ánimo para dramas ajenos;… Como ocurre en los accidentes aéreos, muchas veces no es suficiente una de estas circunstancias, hacen falta varias para que abandone. Aunque al final todo se resume en la pregunta de antes “¿Por qué demonios estoy leyendo esto si podría estar leyendo aquello?”

Y por fin llegamos al espinoso dilema ¿Guardar o no guardar los libros? En este punto he experimentado alguna evolución también. Al principio de mi vida lectora adulta creía que tenía la obligación de guardar todos los libros que habían llegado a mi poder, ya fueran buenos, malos o regulares. Actualmente, el paso de algunos años y una, digamos, preocupante hipertrofia de mi biblioteca, por no llamarla “plaga bíblica y epidémica de desarrollo exponencial y carácter psicopatológico” o, en términos de mi mujer, “esto no puede seguir así”, me han hecho adoptar una postura bastante menos rígida al respecto. Ahora creo que no tiene sentido guardar en casa novelas que ni siquiera he podido acabar de leer o aquellas que, habiendo leído o incluso disfrutado, no tienen demasiado interés y probablemente no vuelva a releer nunca más en mi vida. Se me ocurren ahora dos ejemplos de este último caso (aunque hay muchísimos): “Maldito karma” de David Safier y “Antón Mallick quiere ser feliz” de Nicolás Casariego. Acabé las dos y no me disgustaron especialmente, pero la verdad es que no veo ningún motivo para conservarlas. Así que no lo he hecho. En lo que no he evolucionado nada, pero nada de nada, es en la cuestión del préstamo. Ni me gusta leer libros prestados ni me gusta prestarlos. Sólo podría prestar libros a alguien que fuera tan extremadamente cuidadoso con ellos como yo y, por suerte para todos, no hay por ahí sueltos tantos chiflados maniáticos.



¿Y ahora qué hago con los libros que no quiero? Aunque parezca increíble, las bibliotecas no son una opción, la mayor parte no están interesadas en recibir donaciones de particulares. Hay por ahí algunas ONGs, pero tampoco me fío mucho. En su momento puse a la venta algunos en Ebay aunque todo el proceso de venta era un poco pesado. La mejor opción, si lo que quieres es vender, es Amazon o Casa del Libro. Claro, también está el asunto este del Bookcrossing, aunque no sé, me da un poco de pereza ir por ahí dejando libros abandonados a la intemperie.


martes, 1 de julio de 2014

ACABO DE LEER... "EL GRAN FRÍO" DE ROSA RIBAS Y SABINE HOFMANN (SIRUELA)


Una novela negra que se desarrolla en la España de los años cincuenta corre algunos riesgos y el primero de todos es la profesión del protagonista. Al lector de hoy le costaría identificarse con un policía de la dictadura y detectives, en aquella época no había muchos; soplones y confidentes eran más frecuentes, pero, claro, siguen generando un problema de identificación en el lector. Por eso, la idea de las autoras de esta novela me parece genial, ¿por qué no una mujer, Ana Martí, periodista de “El Caso”, el periódico de sucesos más leído del país por aquellos años, y además hija y nieta de periodistas republicanos y, por tanto, represaliados y parte de ese numeroso grupo que formaban los exiliados interiores?

Otro riesgo, podría ser tratar de describir la España de la época cargando las tintas en la denuncia política y olvidándose del relato, pero Rosa Ribas y Sabine Hofmann también lo evitan con habilidad. Con los orígenes de la protagonista, la situación de su prima (intelectual expulsada de la universidad) y abundantes detalles de la realidad social y cultural de la época tienen más que suficiente para explicar lo que había al que quiera entender.

Así pues, una vez evitados los riesgos comentados, sólo nos queda adentrarnos en una estupenda novela construida, como no puede ser de otra manera en el género negro, sobre unos personajes tan sólidos como creíbles, y sobre la recreación de una atmósfera opresiva en la que se mezclan el aislamiento, la superstición, el miedo, el caciquismo, la incultura, y el oscurantismo propios del momento y en mucha mayor medida de la población rural de la época. Tan bien está recreado ese ambiente que en algunos momentos no he podido dejar de acordarme de “Los Santos Inocentes” de Miguel Delibes. Algo hay de esa novela en esta.

También es de agradecer que las autoras nos ofrezcan algo más que el habitual asesinato y su posterior investigación. En “El gran frío”, su protagonista acude a un pueblo perdido de Teruel en mitad del invierno más gélido del siglo sólo para tratar de informar acerca de un posible milagro. Una vez allí, las cosas no son tan sencillas como parecían y poco a poco la realidad que se va encontrando, los secretos que va descubriendo y la situación meteorológica la van envolviendo y aislando en una trama que Hitchcock habría firmado sin problema.

En resumen: buenos personajes, buena ambientación, buena historia,… ¿Qué más se puede pedir?

Esta es la segunda novela que escriben Rosa Ribas y Sabine Hofmann con la periodista Ana Martí como protagonista. La primera, “Don de lenguas” no la he leído todavía, pero, visto lo visto, lo haré pronto.