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jueves, 20 de febrero de 2014

PEQUEÑO CATÁLOGO DE OBJETOS INÚTILES (I). EL KOMBOLOI


Lo mejor sería empezar diciendo que el komboloi no sirve para nada. Así nadie se llama a engaño. Parece una pulsera, pero es demasiado ancho. Podría ser un colgante, pero es demasiado estrecho. Se parece a un rosario, pero no sirve para rezar. No es nada que no sea un komboloi, simplemente un número indeterminado de cuentas engarzadas en un cordel o una cadena fina que se remata en una cuenta algo más grande de la que cuelgan otras tantas.


Algunos creen que el origen del komboloi podría ser turco. Es verdad que se parece a los rosarios musulmanes aunque en el fondo son bien distintos. El komboloi es un objeto laico mientras que los rosarios musulmanes, sirven para rezar y tienen una cantidad de cuentas fijas (concretamente 99, para repetir los 99 nombres de Dios, o 33 en cuyo caso cada cuenta vale por tres nombres). Otros dicen que proviene de los rosarios ortodoxos. No lo sé, yo no los conozco. A los que es seguro que no se parece es a los rosarios católicos porque, además de ser religiosos, el número de cuentas de los católicos es siempre el mismo y además están fijas en la cadena, no pueden deslizarse. Hay que tener en cuenta que este deslizamiento es una de las esencias del komboloi.


De lo que no cabe duda es de la nacionalidad del komboloi. Es un objeto griego. De hecho, es el objeto griego por excelencia aunque, curiosamente, no sea muy conocido fuera del país, o al menos, no tan conocido como el queso feta, el Partenón o el syrtakis y, sin embargo, no es menos griego ni menos icónico que esos tres grandes tópicos. En Grecia suele ser considerado más de hombres que de mujeres y más de viejos que de jóvenes pero mujeres como la ex ministra Melina Mercouri, que lo llevaba en la mano a todas horas, trataron de acabar con ese prejuicio. Por otra parte, hace no demasiados años se puso de moda entre los jóvenes griegos jugar con el Begleri que es una derivación del komboloi, dos cuentas grandes unidas por una cadena o un cordón.

En cuanto a su adquisición, es de lo más sencilla. En cualquier ciudad o pueblo de Grecia puedes comprar un komboloi. Lo puedes hacer en un quiosco de periódicos por dos o tres euros o en una joyería por 3.000. El de la joyería, por supuesto, no es más útil que el del quiosco. La diferencia de precio se esconde detrás de los materiales. El más vulgar, como siempre, es el plástico y el más noble el ámbar aunque los más apreciados son los de faturan, que es una mezcla de ambar y baquelita.


Al margen del precio, lo más fascinante del komboloi radica justamente en que es un pasatiempo, sólo sirve para tenerlo en las manos, para jugar con él. Cualquier intento de buscarle un aspecto práctico no tiene sentido. Los norteamericanos, sin embargo, o más probablemente los greco-norteamericanos, movidos por ese principio de que todo debe ser útil, lo llaman “worry beads” (cuentas de las preocupaciones) porque atribuyen al pobre komboloi supuestas propiedades relajantes. No hay que dejarse engañar. El komboloi no sólo no conseguirá relajarte si no lo estabas ya antes, sino que los bailecitos y las monerías del que lo tiene entre las manos suelen acabar sacando de quicio a los que lo rodean (salvo en Grecia, claro) por eso es muy recomendable manejarlo con prudencia en los países donde su uso está menos extendido. En cualquier caso, que quede claro, no quita ninguna preocupación.


En mi caso particular, descubrí el komboloi en un viaje a Grecia. Al principio no me di cuenta pero poco a poco me empezó a parecer raro que tanta gente jugara en la calle con sus llaveros. Luego me fijé en que no eran llaveros sino bolitas, y al final, indagando aquí y allá me enteré de la existencia de este objeto mínimo tan importante para los griegos y tan secreto para el resto de la humanidad. Me gustó tanto que, desde entonces, me he convertido en un pequeño coleccionista. Los primeros los compré allí, sobre todo en quioscos y puestos de turistas, los demás a través de internet. Los tengo de todos los tamaños y materiales, entre mis favoritos están el de hueso de camello (obviamente no griego, el camello), el de faturan, el de olivo o el de lapis lazuli pero, el que utilizo (que extraña palabra para algo que no es útil) de verdad, el que me llevo conmigo a los viajes y a los paseos, es uno de los más baratos, de los que me compré en un quiosco de Atenas por dos duros. Así es el komboloi, tú no lo elijes, es él el que decide si puedes toquetearlo y hacerlo bailar.
Por cierto, si quieres saber cómo juegan los griegos con el komboloi y no tienes tiempo de ir a Grecia, no tienes más que buscar "Komboloi" en Youtube. Hay un montón de gente encantada de enseñar sus habilidades.

6 comentarios:

  1. Me encantan los komboloi y fue lo primero que me compré en Grecia en un Kiosco de Heraclión, hace ya 37 años y me ha acompañado en todas mis excavaciones.

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  2. Me encantan los komboloi y fue lo primero que me compré en Grecia en un Kiosco de Heraclión, hace ya 37 años y me ha acompañado en todas mis excavaciones.

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    1. A mí me pasó lo mismo. Me he dedicado a coleccionar kombolois, unos más caros que otros, pero el que siempre llevo conmigo, es uno muy barato que compré en un quiosco de Atenas. Ya sabes que tú no eliges tu komboloi; es él el que te elige.

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  3. Hola quisiera saber si es posible conseguir en Madrid ciudad inbkomboloi o si sólo me queda la opción internet...por aquello de que el komboloi te elija a ti .gracias

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    1. Hola. Yo nunca he visto kombolois a la venta en Madrid, la verdad. Sólo conozco las vías que comentó: comprarlo en Grecia directamente, o a través de internet (Komboloi Museum, Ebay,...) Un saludo y suerte en la búsqueda.

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    2. Hola. Yo nunca he visto kombolois a la venta en Madrid, la verdad. Sólo conozco las vías que comentó: comprarlo en Grecia directamente, o a través de internet (Komboloi Museum, Ebay,...) Un saludo y suerte en la búsqueda.

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