El autor y sus circunstancias no deberían importarnos, lo que
cuenta es la obra en sí misma, sin que tenga que influir en ella ningún dato
relacionado con quien la escribió. Esa es la teoría, pero hoy en día, con la
avalancha de información que nos inunda, esto no es posible. Por eso, cuando
leía "Todo lo que hay", no podía dejar de considerar con asombro que
había sido escrita por alguien de ochenta y siete años. La aproximación a las
historias que en ella se cuentan y a sus personajes no puede ser más actual ni
más pletórica de vida. Habían pasado treinta años desde que James Salter escribiera
su anterior novela y esto es lo que quedaba todavía en el tintero, al menos
hasta ahora. Y resulta que es verdaderamente bueno, una obra maestra.
No deja de fascinarme la manera en que Salter realza a sus numerosos
personajes secundarios, concediéndoles a todos un espacio para profundizar en
algún aspecto de su vida o de su carácter. Así, los convierte en un poco más
principales, además de lograr que su novela resulte fresca y, de alguna manera,
coral. Esta forma de avanzar en la trama saltando de un personaje a otro, sin
perder de vista a su protagonista, es una constante en las novelas de Salter y
uno de sus principales rasgos de estilo.
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