Lo más contundente que puedo decir sobre este libro
es que empecé a leerlo en un ejemplar prestado de la biblioteca y que a mitad
de la lectura me di cuenta de que no era un libro de leer y guardar o de leer y
devolver, sino de leer y releer y también de llevar uno consigo en sus paseos
por el bosque, así que acabé por comprarlo.
David George Haskell es biólogo, poeta y practicante
de meditación zen, y todas esas condiciones las ha aplicado en la redacción de
este libro hasta el punto de que estoy convencido de que un libro como éste
sólo podría haber sido escrito por un poeta que a la vez fuera biólogo y
practicante zen, por eso es un libro tan especial y único.
La propuesta de Haskell resulta ya interesante desde
el primer momento. Ha escogido un metro cuadrado cualquiera en mitad de un
bosque del estado de Tennessee sin otro criterio que el de contar con una
piedra relativamente cómoda donde se va a sentar en sucesivas ocasiones a lo
largo de las cuatro estaciones del año con el único objetivo de permanecer
atento a lo que le rodea, a los pequeños y grandes acontecimientos
protagonizados por la flora y la fauna del lugar. Durante ese año nos ira
narrando sus experiencias, ilustrándonos al tiempo sobre ecología, entomología,
biología y miles de cuestiones diferentes relativas a su metro cuadrado de
bosque. Así aprenderemos que son las hembras de los mosquitos las únicas que
nos pican y por qué, que las aves comen las cáscaras de los caracoles para
hacer acopio del calcio con el que se formarán sus huevos, que los líquenes son
una asociación simbiótica entre hongos y algas o microbios, lo que son las
flores efímeras primaverales y por qué deben darse prisa en su polinización,
como se protegen los árboles del viento… En fin es tanta la información
interesante que, como dije al principio, hacen falta varias relecturas para
asimilarla bien. Haskell se refiere a su metro cuadrado de bosque como “el
mandala” porque para él representa todo el universo de la misma manera que lo
hacen los mandalas para los budistas.
En cualquier caso,
lo que este libro de verdad nos enseña es a observar lo que nos rodea con
atención, como el mismo Haskell dice en el epílogo, “creamos lugares
maravillosos al prestarles atención, no al descubrir lugares inmaculados que
nos maravillen. Jardines, árboles urbanos, el cielo, campos, bosques jóvenes,
una bandada de gorriones de las afueras de una ciudad… todos ellos son
mandalas. Observarlos atentamente es tan provechoso como observar un bosque
antiguo”. Y para ello nos da dos consejos finales, observar sin más
expectativas que unos sentidos abiertos con entusiasmo y hacerlo inspirándose
en la práctica de la meditación, centrando la mente en el momento presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario