Qué novela más impresionante. No es fácil escribir algo así,
una novela de las llamadas ahora de no ficción, sobre tu propia familia;
escribir sobre tus abuelos como si no lo fueran, saber meterte en su piel de
cuando eran incluso más jóvenes que tú y empezaban su vida en común; y narrar la
infancia de tus tíos y de tu madre con tanta sencillez como precisión,
convirtiéndolos en personajes sin quitarles ni un gramo de autenticidad; y
convertirte a ti misma en personaje cuando te toca nacer, y a tu hermana, y a
tu padre. Y, claro, no es fácil contar hechos dolorosos, a veces también vergonzosos,
o sólo trágicos, muchos dramas y pocas alegrías, con el equilibrio con el que
lo hace Delphine de Vigan, con una ecuanimidad que la aleja tanto del morbo
como del pudor. Hablar de tu madre, hacer de ella la protagonista absoluta de
tu novela, y de su lucha por la vida a pesar de sus circunstancias, tan
difíciles, con cariño y compasión, pero también a veces con hartazgo, lograr comprenderla
y que al mismo tiempo lo hagamos nosotros también, los lectores. Y todo eso sólo
en 400 páginas donde no sobra ni falta una sola.
Hacía mucho que no leía una novela tan redonda, tan perfecta,
tan íntima. Su lectura es magnética, te atrapa y no te deja hasta que conoces a
esa familia más que a la tuya misma. No me extraña nada que haya sido un gran éxito
en Francia, ni que haya recibido tantos premios de los de verdad, de los que
dan los lectores con sus votaciones desinteresadas.
No dejéis de leer “Nada se opone a la noche”. No es una
novela alegre, pero encontraréis pocas con tanta verdad dentro, con tanta
humanidad.
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