El Museo Cerralbo, en Madrid, no es tan espectacular ni tan conocido como el Prado o el Thyssen, pero para mí tiene un encanto muy especial. Se trata de un palacio mandado construir a finales del siglo XIX por don Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo, para convertirlo en su vivienda familiar. Debía ser también lo suficientemente espacioso como para albergar sus diversas colecciones porque el marqués de Cerralbo, aparte de furibundo miembro del Partido Carlista y senador, tuvo infinidad de intereses variados: la literatura, la arqueología, las bellas artes, la jardinería, la historia, la filosofía, la cría de caballos… Como además tenía medios más que suficientes para sufragarse sus caprichos, se dedicó a recorrer Europa con su familia recopilando objetos artísticos y arqueológicos con la intención de acabar creando con todos ellos un museo al estilo de las galerías italianas. Por eso, a su muerte en 1922 legó su palacio y sus colecciones al Estado “para el estudio de los aficionados a la ciencia y el arte”.
Casi todos los niños madrileños suelen visitar el museo Cerralbo al menos una vez con el colegio. En mi caso, cuando fui con mi clase ya lo conocía porque me habían llevado antes mis padres. Después, a lo largo de los años, he vuelto varias veces hasta que se cerró en 2006 para modernizar sus instalaciones. En mis visitas, tanto las de niño como las de adulto, siempre me ha interesado mucho más el ambiente algo fantasmagórico de la mansión que la multitud de piezas artísticas, históricas o arqueológicas que surgen por todos lados. Y es que la casa de los Cerralbo, una especie de paréntesis del tiempo en medio del tráfico de coches, sería el escenario perfecto para un episodio de Scooby-Doo, con sus armaduras, sus cuadros inquietantes y sus habitaciones algo oscuras. Ya la escalera de entrada impone bastante, pero es en su salón de baile con balconada en altura para los músicos donde casi puedes ver a los fantasmas de todas aquellas parejas de finales del XIX bailando valses y polkas; y en su sala de juegos, se te aparecen los fantasmas de los prohombres de la época haciendo carambolas en la mesa de billar de 1855.
Y aquí es donde yo quería llegar, a la mesa de billar y sus fantasmas. Resulta que el museo Cerralbo, tras cuatro años de reforma, se abrió de nuevo al público en diciembre de 2010 y para animar a la gente a visitarlo el museo lanzó una campaña publicidad en periódicos y autobuses. No tengo ni idea de qué empresa la llevó a cabo ni del nombre de su creativo. De lo que sí estoy seguro es de que a la persona que diseñó el anuncio, el palacio de los Cerralbo le debe de producir la misma sensación espectral que a mí. La foto y el texto que la acompañan me parecen un ejemplo de cómo imagen y texto pueden reforzarse entre sí para formar juntos un microrrelato perfecto. En realidad no se trata de una foto sino del montaje de dos: una foto actual de la parte izquierda de la mesa de billar; y una foto de época en la que se ve a varios espectros (en su momento, personas) posando para el fotógrafo a la derecha de la mesa; en medio un texto desolador, fantasmagórico y genial: “SABEMOS CÓMO TERMINÓ LA PARTIDA, LA GANÓ EL TIEMPO”. Esto, para mí, es pura literatura.
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