BRAUTIGAN Y SU
ENCANTADORA MARGINALIDAD ATEMPORAL
No sé si Brautigan era
un genio, probablemente no, pero desde luego era un tipo pintoresco, como su
literatura. No escribe con el estilo más cuidado del mundo, pero tiene algo que
lo hace enormemente atractivo. Después de darle muchas vueltas, creo que todo
se resume en la palabra “desparpajo”. Podría haber sido la palabra “frescura”,
pero creo que es más bien “desparpajo”, el necesario para contarnos una
historia como la de “El monstruo de Hawkline” y quedarse tan ancho. No creo que
haya muchos más escritores capaces de afrontar una historia como ésta y salir
indemnes de ella. Brautigan lo hace, con total… “desparpajo”.
Por otra parte, cuando
pienso que Brautigan escribió “El monstruo de Hawkline” a mediados de los años
70, me doy cuenta de que es una novela eternamente moderna que, al igual que el
resto de su obra, resulta tan contemporánea como atemporal. Hoy nos produce la misma
sensación de encantadora marginalidad que debió de provocar a los lectores de
hace cuarenta años y que sin duda provocará a los de dentro de otros cuarenta.
Para ilustrar esta idea de atemporalidad quizá baste con decir que en ella
encuentro referentes imposibles y disparatados: los de un escritor de
principios del siglo XX como Lovecraft (la idea del monstruo y el ambiente malsano
del escenario), los de una película de finales de los sesenta, “Dos hombres y
un destino” (el humor y la relación de camaradería entre los dos asesinos a
sueldo), y los de la filmografía de Quentin Tarantino, no tanto por la
violencia propia de este director como por el estilo de los diálogos, también por
el humor y la tendencia a la parodia de género que es común a ambos.
Sea como sea, lo
más importante es que, sin saber muy bien por qué, uno se lo pasa realmente
bien leyendo las historias que Brautigan saca de su extraña cabeza, tan
diferente a la del común de los mortales, tan irrepetible.
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