Esto es lo que dijo hace tiempo Arturo Pérez Reverte cuando le entrevistaban en la revista “Qué leer”. Y cuando hablaba de “cultura” yo leía “arte”. Y entonces por esos juegos aparentemente de azar que rigen las asociaciones de ideas me dio por preguntarme cuál podría ser la expresión artística más completa de todas usando como criterio la capacidad de consuelo y explicación, pero también la proximidad a la idea original y la accesibilidad.
En cuanto a capacidad de consuelo y explicación, me parece que todas podrían estar a la par. A lo mejor, la arquitectura podría llegar a resultar algo más fría, o menos consoladora, quizás por su aspecto práctico. De esto no estoy seguro. Supongo que dependería de cada obra.
Si nos guiamos por su mayor o menos proximidad a la idea original del artista, la que se queda descolgada es la música. A fin de cuentas lo que hacen los músicos es interpretar (en todo el sentido de la palabra) lo que un compositor de hace varios siglos escribió en una partitura. Las notas coincidirán, pero el estilo y el tempo variarán no sólo según las épocas, sino también según los intérpretes y los instrumentos. No tenemos ninguna garantía de que el mejor intérprete actual de Bach se aproxime ni siquiera mínimamente a lo que Bach pretendía. El asunto puede ser todavía más enrevesado cuando el intérprete es contemporáneo del compositor porque puede incluso ocurrir lo contrario, es decir que éste reconozca en el intérprete mayor capacidad que la suya para interpretar su propia música de acuerdo con su ideal de creación.
Por último, si usamos el criterio de la accesibilidad, pierden muchos puntos la pintura, la escultura y la arquitectura, porque para acceder a ellas tenemos que estar cerca de la propia obra, que es única. A pesar de la vorágine viajera y voladora que nos ha dado a todos desde el final del siglo XX, para un español las obras expuestas en el Hermitage de Moscú o en el MOMA de Nueva York no se pueden considerar accesibles. Dependiendo del estado físico de cada uno, puede no ser accesible ni siquiera el museo de la propia ciudad. Por no hablar de las colas, los apretujones, los horarios, las colecciones privadas…
En cuanto a la música, su versión en directo conlleva los mismos problemas que la pintura, escultura y arquitectura incrementados por el coste (un concierto suele ser más caro que la entrada de un museo); y su versión grabada se aleja ya demasiado de la creación original. Estaríamos hablando de la reproducción de lo que un intérprete considera que podría ser la idea de un compositor. Demasiados intermediarios.
Así que, una vez pasadas las principales expresiones artísticas por estos tres filtros mágicos, llegamos a la conclusión de que las que cuentan con un grado mayor de consuelo, próximidad a la idea original del artista y accesibilidad podrían ser el cine, la fotografía o la literatura.
El cine, sin embargo, tiene un problema de autoría. Suele ser un trabajo demasiado colectivo, depende de demasiadas personas como para que estemos seguros de que está representando bien lo que uno sólo (¿Quién? ¿El guionista, el director, el productor, los actores?) quería decir. De hecho, hay auténticas obras maestras fruto de la improvisación y los errores acumulados. Películas por las que ninguno de los que participaron en ellas apostaba, con múltiples cambios de guionista o director.
La fotografía no tiene problemas con la autoría, pero sí participa, aunque en menor grado, de algunos de los problemas de accesibilidad de la pintura. No porque las fotografías sean piezas únicas, sino porque en cualquier caso las copias (si se puede usar esta palabra) son escasas y suelen estar expuestas en museos, galerías o colecciones privadas.
Así que, mira qué sorpresa, en mi opinión la literatura es la expresión artística más completa porque nos ofrece consuelo, recoge de manera directa la expresión del autor, y está al alcance de todos nosotros. Y todo eso hasta tal punto que cuando leemos un libro de Delibes, de Cervantes, de Javier Marías, de Dickens (si leemos en inglés) o de Flaubert (si leemos en francés) podemos estar seguros de estar disfrutando de su obra con la misma intensidad con la que un coleccionista particular podría contemplar en el salón de su casa una pintura de Monet o una escultura de Canova. Lo que leemos es exactamente lo que el autor escribió de la misma manera que lo que ve ese coleccionista particular es exactamente lo que Monet pintó o lo que Canova esculpió. Y sólo por seis, diez o veinte euros. Quién puede tener en su casa “Las Meninas” o “La Venus de Milo” por seis, diez o veinte euros.
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