Buscar este blog

martes, 20 de mayo de 2014

QUÉ LEER Y DÓNDE


Lo bueno de un título tan tonto como este es que debajo se puede escribir casi sobre cualquier cosa. Yo lo voy a hacer sobre los dos sillones de orejas que compré hace unos años porque “mira que complemento tan ideal y necesario para esta estantería con baldas rotundas de madera que se extiende por tres paredes y dos puertas del salón”. Dos sillones de orejas en uno de los rincones, con su mesa auxiliar y su lámpara de pie entre ellos. Qué mejor lugar para la lectura concentrada de obras maestras y menores, me dije. Y, claro, me equivoqué de cabo a rabo, y no porque no sean útiles. De hecho, los uso para sentarme mientras le lavo los dientes a mi hijo pequeño, para dejar el abrigo cuando no me apetece colgarlo en el armario, para dejar las bolsas de libros que acabo de comprar; los usa la gata para sus siestas de invierno (para las de verano prefiere la mecedora porque corre más el aire), para afilarse las uñas en el respaldo (a pesar de que sabe que está prohibidísimo); los usan los niños para esconderse detrás y “¿vale que esto era una cueva?”, para perder las zapatillas y las pelotas pequeñas debajo, para subirse a ellos y saltar desde las alturas como los superhéroes (a pesar de que saben que está prohibidísimo), hasta los usan las visitas para sentarse… En fin, que son útiles, lo que pasa es que se usan para todo menos para pasar la tarde sobre ellos con una buena novela entre las manos. Y juro que al principio lo intenté. Lo tenía todo. El té, el sillón, la mesa auxiliar para dejar el té, la novela, la lámpara de pie para iluminar la novela, a mí mismo sentado tranquilamente… El problema es que tanta perfección me distraía de la lectura. Me acababa elevando sobre mi mismo como en un viaje astral y disfrutaba tanto de la estampa lectora que no era capaz de concentrarme en lo que estaba leyendo.


Ha sido con experiencias parecidas a ésta y con el tiempo como me he ido dando cuenta de que donde suelo leer mejor es justo en aquellos lugares que no están específicamente pensados para leer mejor. Y además necesito una ligera incomodidad y algún límite de tiempo, algo parecido a “tengo una hora para leer antes de…”. Por eso quedan descartados todos los lugares y momentos evidentes desde el punto de vista del mito de la lectura. Al final me quedo con dos lugares favoritos: la cocina y el cuarto de baño. En la cocina me gusta sentarme en paralelo a la mesa y con un codo apoyado en ella. Un té es bien recibido.


El cuarto de baño es un caso aparte. Desde mi punto de vista reúne todos los requisitos indispensables para una buena lectura. Tiene un asiento ligeramente incómodo, hay un cierto límite temporal y es un espacio apartado donde se supone que no se debe entrar sin permiso. Los niños suelen respetarlo, por eso es un lugar muy recomendable cuando se tienen hijos. Eso sí, es imprescindible vivir en una casa con dos cuartos de baño con el fin de no acabar envenenando la convivencia familiar.
A los lugares de lectura móviles, no les voy a dedicar mucho tiempo. En los coches y autobuses me mareo; en los trenes, aviones y barcos, me distraigo. Y de la playa ni hablar, demasiada arena, demasiado viento y demasiado sol. Las bibliotecas tampoco me inspiran mucho, las tengo más asociadas a exámenes parciales y finales que a cualquier tipo de placer lector. Los jardines no son malos lugares, pero son tan distraídos. Los mirlos y los gorriones no respetan nada, no paran de cantar y piar. Sin embargo la terraza de mi casa no está mal. El ruido del tráfico te abstrae de cualquier otro sonido. Y además es un lugar aislado y algo incómodo.



En cuanto a qué leer, sólo añadiría (con el mismo espíritu de síntesis con el que he despachado la cuestión del lugar de lectura) que para mí es fundamental que la novela que estoy leyendo tenga una trama alejada del lugar donde me encuentro. Al principio, cuando me iba de vacaciones solía llevarme novelas marítimas a la playa, rurales al pueblo o urbanas a la ciudad. Un error. Con el tiempo descubrí que, si de verdad quería que el libro me interesara, debía hacer justo lo contrario. Pero es difícil. Todavía tengo tentaciones del tipo voy a Estambul, Pierre Loti; voy a la playa, Conrad; voy a París, Maupassant; voy a la montaña, Mann; voy a Grecia, Kazantzakis; voy al pueblo, Delibes; voy a Lisboa, Pessoa. Debo resistirme porque siempre acabo saturado. A fin de cuentas, la lectura debe servir como evasión, muchas veces más en el sentido de escapada o huida que en el de distracción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario