Edna O’Brien causó un buen escándalo en la Irlanda rural de 1960 cuando
publicó su primera novela, “Las chicas de campo”. Se trataba del primer intento
literario de superar el ambiente claustrofóbico y ultra religioso que se vivía
en el país por aquel entonces; cuando el párroco de su pueblo compró varios
ejemplares de la novela y los quemó en plena calle no hizo sino consolidar su
éxito y de paso convertir la novela de O’Brien en mito.
Desde el punto de vista estrictamente literario, “Las chicas de campo”
es una primera novela meritoria, pero todavía muy lejos de ser perfecta. Aun
así, ya se ven en ella detalles de inmensa calidad que no hacen sino anticipar la
larga carrera de O’Brien como escritora hasta llegar a ser considerada hoy en
día como la decana de las letras irlandesas.
La trama es sencilla, dos amigas que viven en un
pequeño pueblo irlandés en la década de los cincuenta tratan por todos los
medios de escapar de ese microcosmos rural para poder sentirse libres y dueñas
de sus destinos. Para ello las seguimos a través de su infancia y adolescencia desde
la escuela rural hasta la gran ciudad que para ellas es Dublín pasando por su
estancia durante varios años en un colegio interno de monjas. Ni que decir
tiene que nada de lo que pudiera haber escandalizado a los biempensantes de
1960 en Irlanda nos hará ni siquiera ruborizar mínimamente a los occidentales
del siglo XXI. En cualquier caso se lee con agrado y nos permite viajar en el
tiempo hasta esa Irlanda que ya retrató para el cine John Ford en “El hombre
tranquilo”.
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