No sé si es ésta la mejor novela para empezar a leer a Muriel Spark. En
cualquier caso, es la que ha caído en mis manos y reconozco que la he
disfrutado de verdad, aunque todavía me cuesta saber bien por qué. Me queda
claro que “Memento mori” es diferente, no es una novela al uso, aunque no hay
nada en ella, al menos desde el punto de vista formal, que me permita sostener
esta afirmación. Tampoco me parece que sean el argumento o la trama los que la
hacen especial. Deben de ser los personajes, sí, los personajes, pero no por
ser quienes son ni por ser como son, ni por hacer lo que hacen, sino por la
perspectiva que adopta Muriel Spark para observarlos y luego contarnos. Ésta es
una novela coral, y sus múltiples protagonistas no son jóvenes, ni siquiera
maduros, han pasado todos de los setenta, muchos de los ochenta, alguno de los
noventa y una de los cien. Pero la habilidad de Muriel Spark, lo que finalmente
creo que hace que “Memento mori” sea una novela diferente, es que, sin obviar
las trabas físicas o psíquicas con las que en mayor o menor medida todos tienen
que cargar, consigue contarnos a través de ellos que, con el paso de los años, envejece
nuestro cuerpo y a veces también nuestras capacidades intelectuales, pero lo
que permanece casi inalterable desde que dejamos atrás la infancia hasta que
nos morimos son los sentimientos, los buenos y los malos, y también las
pasiones, las altas y las bajas, y ese no se qué interior que nos hace igual de
humanos a los veinte, a los cuarenta y a los ochenta. Quizás se trate de esa
pequeña alma, blanda y errante a la que se refiere Adriano en el poema que
compuso en su lecho de muerte, cuando se pregunta dónde morará, incapaz de
jugar como antes, cuando su cuerpo haya muerto.
Animula,
vagula, blandula
Hospes
comesque corporis
Quae
nunc abibis in loca
Pallidula,
rigida, nudula,
Nec, ut
soles, dabis iocos...
Pequeña
alma, blanda, errante
Huésped
y amiga del cuerpo
¿Dónde
morarás ahora
Pálida,
rígida, desnuda
Incapaz
de jugar como antes...?
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