Me pasa algo curioso con Etgar Keret (Israel, 1967), cuando
pienso en él mi cerebro lo asocia automáticamente con Neil Gaiman (Inglaterra,
1960), y al mismo tiempo cuando pienso en Neil Gaiman siempre se me aparece
Etgar Keret. Al principio creí que era una asociación extraña y sin mucho
sentido, pero poco a poco me he dado cuenta de que hay bastantes aspectos que
los unen, aunque ni siquiera estoy seguro de que se conozcan entre sí o de que
se hayan leído el uno al otro. Para empezar, comparten generación, ambos han
nacido en la década de los sesenta del pasado siglo y, aunque uno, Gaiman, es
más novelista y el otro más cuentista, los dos han escrito guiones para cómics
(es verdad que con mucha más repercusión en el caso de Gaiman) y también comparten
una inclinación clara por la fantasía (en Gaiman más espectacular y en Keret
más discreta) siempre entremezclada con la vida cotidiana. Pero lo que creo que
los une de verdad es que los dos cuentan con un universo propio único e
irrepetible que hace de sus obras piezas singulares, diferentes a cualquier
otra cosa que podamos leer, ajenas a corrientes o movimientos literarios. Son
dos bichos raros del mundo de la literatura o, dicho de otra forma, dos genios.
Hay un párrafo en “Los siete años de abundancia” que resume a
la perfección la literatura de Etgar Keret. Es el siguiente:
“Cuando intento reconstruir esos cuentos que mi padre me
contó para dormirme hace años me doy cuenta de que, más allá de sus tramas
fascinantes, tenían el objetivo de enseñarme algo. Algo sobre la casi
desesperada necesidad humana de encontrar lo bueno en los lugares menos
esperados. Algo sobre el deseo no de embellecer la realidad, sino de insistir
en buscar un ángulo donde colocar la fealdad bajo una mejor luz, y crear afecto
y empatía para cada verruga y arruga de su cara marcada de cicatrices.”
Éste era el objetivo de su padre cuando le contaba cuentos de
pequeño y ésta parece ser también su meta cuando escribe relatos de ficción o,
como en este caso, de carácter autobiográfico.
En los siete años de abundancia” Etgar Keret nos habla de sus
padres, supervivientes del holocausto en Polonia, de la propia Polonia como
hogar primero de su familia, de su hermana ultraortodoxa, de su hermano pacifista,
de su mujer, la directora de cine Shira Geffen, de su hijo Lev… Nos describe un
Israel del día a día que no es el que vemos en los telediarios, pero en el que
de vez en cuando suena la sirena que anuncia la llegada de misiles y hay que esconderse
en refugios o parar el coche para tumbarse en el arcén en familia. Y todo esto
nos lo cuenta sin cargar nunca las tintas, con la misma naturalidad con la que
se describe un paseo por el campo o una visita a un centro comercial. Y lo hace
además con las enormes dosis de humor y escepticismo que deben de ser
necesarias para que un escritor no religioso como él mantenga la cordura en uno
de los países más religiosos del mundo que además está situado en una de sus áreas
más conflictivas.
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