Cuando lees la contraportada de esta novela (cosa que debería estar prohibida para los buenos lectores) parece que te vas a encontrar con una versión siglo XXI de “El nombre de la rosa”: un monasterio en el sur de Granada, cuatro monjes intelectuales, dos normales, un suicidio del monje aparentemente más perfecto, un periodista escéptico, un prior que oculta información y sobre todo la ocurrente frase del departamento de marketing de la editorial: “una intensa novela en que la indagación espiritual y filosófica se entrelaza con una insospechada trama criminal”. Bueno pues ya os adelanto que no hay trama criminal que valga y sí mucha “indagación espiritual y filosófica” porque ésta es una de esas novelas que se suelen llamar de tesis en la que el autor toma el nombre de la novela en vano y se aprovecha de sus personajes para hacerlos hablar por boca de ganso y obligarles a recitar como autómatas sus propias ideas. Todos los personajes están ahí puestos para servir a su amo y por eso sus diálogos resultan envarados y muy artificiales. El único personaje que vive por sí mismo, quizás el más libre, es el de Margareta, una anciana que, sabiéndose cercana a la muerte, reflexiona (una vez más) sobre el final de su existencia. Todos los demás sólo son altavoces de lo que Álvaro Pombo quiere que digan.
Y poco más, varias vueltas en torno a la decisión de alejarse del mundanal ruido, acerca de la mejor manera de comunicarse con Dios y en definitiva una oportunidad perdida para haber construido una novela mejor. Es la primera que leía de Álvaro Pombo y me queda claro que no he escogido la mejor. Seguiremos probando.
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