Yo mismo empiezo a darme cuenta de que ya me estoy poniendo un poco pesado con los objetos inútiles, pero no puedo evitarlo, escribo sobre uno y me sale otro detrás, como si fueran cerezas. Lo que sí he comprendido a lo largo de estas cinco entradas es que a mí no me gustan los objetos inútiles sin más. Me gustan los objetos inútiles y bonitos o también los objetos inútiles e interesantes. El caleidoscopio forma parte sin duda del primer grupo, y además es un objeto inútil casi en estado puro porque, siendo considerado habitualmente como un juguete, ni siquiera sirve para jugar. Sólo sirve para mirar a través de él (o dentro de él más bien) y contemplar imágenes y colores armoniosos. De ahí su nombre, formado por las palabras griegas “kalos”, “eidos” y “scopio”, es decir “bello”, “imagen” y “observar”.
Tengo que reconocer que no sabía casi nada de la historia del caleidoscopio, así que me ha sorprendido bastante leer en la Wikipedia que es un invento muy reciente, de 1816, y que la persona que lo patentó, un tal Brewster, ganó muy poco dinero con su invento a pesar del éxito inmediato porque, debido a la facilidad de su fabricación, enseguida fue copiado por infinidad de empresas. En realidad sólo se necesita un cilindro, unas láminas metálicas con efecto espejo y unas cuentas de colores. También en Internet se pueden encontrar sin problema las instrucciones para hacer caleidoscopios. El caso es que el pobre Brewster no se hizo ni rico ni famoso. Si por lo menos hubiera llamado a su invento “brewsterscopio”…
Otra cosa que también me ha llamado la atención es la distinción entre el caleidoscopio y el teleidoscopio, en el que las imágenes que se configuran a través de los espejos son reales, las que tiene delante el que mira. Se captan a través de una gruesa lente que se coloca al final del cilindro. En el nombre se sustituye “kalos” por “tele”, ya sabéis, “lejos”.
Por supuesto, también tengo varios caleidoscopios rondando por casa aunque no puedo olvidar el primero de todos, ya desaparecido. Lo encontré un día, cuando era muy pequeño (o quizás sólo bastante pequeño), en casa de mi abuela. Era un objeto feo, de plástico algo sucio que debía de haber pertenecido a algún niño que quizás ya entonces había dejado de serlo. No era, como veis, un objeto atractivo para alguien muy (o bastante) pequeño como yo. Sin embargo, por su forma de telescopio o porque los niños suelen tener la manía de intentar mirar a través de cualquier objeto cilíndrico que cae en sus manos, me lo llevé al ojo (al derecho probablemente) y entonces contemplé asombrado las maravillosas formas y colores que guardaba dentro aquel humilde cilindro de plástico. Y contemplé también cómo iban variando a medida que lo giraba en mis manos. La experiencia y el paso de los años tienen cosas muy buenas, pero no sé si llegan a compensar la maravilla de los descubrimientos del principio, cuando todo es nuevo o sucede por primera vez.
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