Es muy difícil saber si
una novela se va a vender, si va a ser leída por millones de personas en todo
el mundo, porque para que eso suceda hace falta que concurran, como en los
accidentes aéreos, varias causas que, además, no siempre tienen por qué ser las
mismas. Lo que sí resulta mucho más sencillo es averiguar si al menos cuenta
con los elementos necesarios para que se produzca el milagro. "La niña que
hacía hablar a las muñecas", por ejemplo, los tiene casi todos. Una trama
muy entretenida, una ambientación trabajada, personajes creíbles, amores
imposibles, misterios del pasado, fatalidades del destino, escenarios exóticos
en Brasil, elegantes en París, Barcelona oculta en la penumbra de la desmemoria,...
Leyéndola, no sé por qué, me he acordado varias veces de "El jardín
olvidado" de Kate Morton, quizás porque ambas coinciden en algunas de
estas cosas. Y sin embargo, hay algo en lo que "La niña que hacía hablar..."
se distingue y supera a "El jardín olvidado" y a la mayor parte de los
bestsellers habituales, y es en la extensión, o más bien en su limitada
extensión. Su autor, Pep Bras, no necesita centenares y centenares de páginas (la
mayor parte de relleno) para contar su historia, trescientas le son suficientes
y esto, la verdad, resulta muy de agradecer en un ámbito, el de la novela de
entretenimiento, que siempre tiende a la desmesura.
Por último, es muy
destacable el trabajo realizado con el punto de vista. Narrador y autor
coinciden como ficticios bisnietos del protagonista y, por lo tanto,
descendientes de la mayor parte de los demás personajes para finalmente
convertirse en elemento imprescindible para el desenlace de la historia.
En definitiva, "La
niña que hablaba con las muñecas" es una novela lograda, no sólo porque alcanza con creces lo que pretende,
que es entretener al lector, sino porque además lo hace sin bajar el listón de
la calidad, y esto es ya mucho más de lo que se puede decir de la mayor
parte de lo que se publica por ahí habitualmente.
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