Buscar este blog

viernes, 14 de marzo de 2014

LOS LIBROS DEDICADOS Y EL PASO DEL TIEMPO


¿Por qué dedicamos los libros que regalamos? ¿Por qué lo hacemos si no somos nosotros los autores? ¿Y por qué no cuando el obsequio es una corbata, una cafetera o un pisapapeles?
La primera razón, por supuesto, es puramente física. Un libro está compuesto por hojas de papel (salvo los electrónicos, otra diferencia más) y, por tanto, se puede escribir en ellos. Casi todos los demás objetos son menos adecuados para la escritura. En algunos, como los anillos y colgantes, se pueden grabar cosas pequeñas: fechas, nombres, frases cortas, aunque no es lo mismo.

Pero además del aspecto material tiene que haber más razones. Quizás el carácter especial del libro, su condición de tótem cultural, que lo separa del resto de los objetos; o la sensación de que es algo perdurable; o nuestra sintonía con lo que el autor ha escrito dentro y que, por tanto, lo convierte en algo casi nuestro. En definitiva, si el que lo escribió fue capaz de poner palabras a lo que nosotros sólo pensábamos o sentíamos, se convierte sin saberlo en nuestro mensajero. Y esto enlaza con otro de los motivos, a veces el principal, por el que solemos dedicar el libro que regalamos: reforzar el mensaje que queremos transmitir con el regalo, bien por lo que dice el libro dentro o bien por lo que representa en sí.

Por eso es normal que la gran mayoría de los libros que dedicamos tengan como destinatario a personas a las que nos une por lo menos un gran afecto. Suelen ser hijos, padres, nietos, abuelos, grandes amigos, novios (por supuesto). No suele ser habitual que dediquemos libros a clientes, proveedores o socios.
Hay, claro está, muchas dedicatorias en las parejas incipientes. Casi siempre antes de que lleguen a convivir bajo el mismo techo (quizás porque haya algo inquietante y absurdo en el regalo y dedicatoria de un libro que va a acabar colocado en la misma estantería que los tuyos). Yo conocí una vez a alguien que regaló a su novia un ejemplar de “La Vida Exagerada de Martín Romaña” y le escribió una dedicatoria tan larga que sobrepasó el espacio en blanco de las primeras páginas y acabó desbordándose por los márgenes del primer capítulo. En ese caso, lo que de verdad quería aquel enamorado enloquecido no era escribirle una dedicatoria, sino una novela entera aunque el papel ya estuviera impreso por otro.

¿Y qué ocurre después con esos libros dedicados? Cualquier cosa. Si la pareja funciona y después tienen hijos, suelen acabar escondidos para evitarse el bochorno de las frases febriles leídas por los nunca comprensivos hijos. Si la pareja se rompe pueden acabar en cualquier lado, en la basura, en la chimenea, en la librería de viejo,… depende más bien de los términos de la ruptura. Este último destino, el de las librerías de viejo suele ser el más frecuente, y no sólo para las dedicatorias amorosas. De hecho, la mayor parte de la gente que vende bibliotecas enteras, generalmente por fallecimiento, no suele tener ni idea de los tesoros que se ocultan entre las páginas de los libros. Tampoco importa porque no tienen un valor especial en dinero. El libro no sube de precio, puede incluso bajar. Estos tesoros sólo ven la luz mucho después, cuando el comprador tiene el libro en sus manos. A veces, después de haberlo comprado. Ni siquiera el propio librero los descubre en muchos casos.

A lo largo de esta entrada he ido intercalando fotos de dedicatorias. Las he encontrado en libros viejos que he ido comprando aquí y allá. Como me gusta coleccionar libros infantiles o juveniles, no son amorosas. Son de padres, de abuelos, de alumnos, de tíos… y están escritas sobre libros de Kipling, de Guillermo, de Robin Hood o de Los Cinco. Cuando leo estas dedicatorias, puedo también adivinar la fuerte carga de nostalgia que incluyen. No porque la tuvieran en su momento, cuando fueron escritas, sino porque la han ido adquiriendo con el paso del tiempo, cien, ochenta, setenta años después, ahora que esa abuela o ese padre o esa profesora o esos alumnos o esos hijos quizás ya ni siquiera estén entre nosotros. Ahora que el rodillo del tiempo ha pasado por encima de todos ellos como pasará también por nosotros y por nuestros descendientes.

Las traduzco a continuación por si hace falta:
De parte de Dorothy. Navidades de 1926.
Con los mejores deseos de parte del tío Frank.
Para mi querido hijo Ronald de parte de papá con todo mi cariño por un resplandeciente y feliz cumpleaños. xxxx xxxx. 23-5-56. (Ésta es mi favorita)
Con el más caluroso cariño y la más distinguida felicitación de Navidad para la señorita Anthony de parte de la clase Nº 8. 1903.
¡Feliz cumpleaños! 1 de julio de 1935. Para Priscilla de parte de Alice.
A mi querida Bárbara de parte de la abuela. Navidades de 1932.
Dorothy, el tío Frank, Ronald, su padre, la señorita Anthony, sus alumnos, Priscilla. Alice, Bárbara, su abuela. Quiénes son, quiénes fueron y donde están.

No hay comentarios:

Publicar un comentario