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miércoles, 26 de marzo de 2014

EL REY ARTURO Y LOS CABALLEROS DE LA MESA REDONDA


Cuando se es un adolescente ilustrado, libromaniaco y romántico es imposible no acabar cayendo antes o después en la corte del rey Arturo, no sentirse atrapado por la más grande búsqueda simbólica y espiritual del mundo occidental, la quest del Santo Grial. En mi caso, la puerta de entrada fue a través de “Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros”, el fantástico resumen del ciclo que escribió John Steinbeck y que publicó Edhasa en España. Su lectura además supuso para mí una verdadera incorporación al mundo de los mayores porque en él se recogían casi todos los asuntos importantes de la vida adulta: la lealtad, el amor, la muerte, el valor, y también las primeras escenas eróticas que leía en mi vida. Nada demasiado escandaloso. Cosas del tipo “yacieron juntos”.
 

Con el mejor escritor del ciclo, Chretien de Troyes, (“El caballero de la carreta” y sus otros relatos) alcancé el corazón del reino para continuar más tarde con las publicaciones de Siruela y sobre todo con su espectacular edición de “La muerte de Arturo” de Thomas Malory. El Lanzarote en prosa, incluido en el ciclo de la Vulgata, vendría después.
 
 
 
 

Para mí, los libros de consulta básicos en español son “Historia del rey Arturo y de los nobles y errantes caballeros de la Tabla Redonda” de Carlos García Gual, y el “Breve diccionario artúrico” de Carlos Alvar. Los dos en Alianza Editorial.
No es difícil averiguar por qué el ciclo artúrico resulta tan atractivo. Para empezar, como si se tratara de uno de esos juegos literarios de vanguardia, es una gran historia escrita por muchos y a través de varios siglos. Y todos sus autores parecen dispuestos a respetar las normas básicas del universo artúrico. Esto, le da un grado muy alto de verosimilitud, convierte en real lo que nunca dejó de ser un mundo mítico. Por eso siempre hay quien se empeña en buscar los orígenes verdaderos del rey Arturo o del reino de Camelot, como si eso le importara a alguien.
Y, cómo no, los grandes personajes. Yo me quedaría con tres. El rey Arturo, a la cabeza de su reino, protegido por la magia de Merlín; el sin par Lanzarote del Lago y la hermosa reina Ginebra. Un verdadero triángulo amoroso que, como casi todos, acaba fatal. Con muerte, tristeza y destrucción. Siempre me he preguntado cómo era posible que Lancelot, el mejor caballero del mundo, el más digno de confianza, fuera capaz de traicionar a su rey; cómo podía ser que Ginebra, espejo de damas, pudiera traicionar a su marido (es verdad que los matrimonios entonces no solían ser por amor), y sobre todo, cómo se las arreglaba Arturo, el sabio rey de Camelot, para no enterarse de nada.
 
 


 
El resto de los personajes individuales son ya muy secundarios: Merlín, Morgana, la Dama del Lago,… están muy lejos de los tres anteriores y también muy lejos del gran personaje colectivo formado por los caballeros de la Tabla Redonda. Para mí, es un personaje tan colectivo que apenas soy capaz de recordar dos o tres nombres y además suelo confundir unos con otros sin que me pese demasiado.
 
 
 
También en este universo artúrico está el origen de mi escasa simpatía por don Quijote que, además de una obra maestra de la literatura, es una caricatura de la caballería. No tanto de las narraciones canónicas del ciclo como de sus posteriores derivaciones europeas. Parece ser que Cervantes se entusiasmaba por los libros de caballerías. Me imagino que le debía de resultar imposible escribir uno de verdad porque la época ya había pasado así que sólo le quedaba el camino de la burla literaria. Eso hoy en día algunos lo llaman metaliteratura.

 
¿Y qué queda hoy de todo esto? Pues todo y nada. Durante muchos siglos las órdenes militares recogieron el modelo de caballero espiritual y se las puede considerar de algún modo muy amplio como herederas del mito artúrico. Después fueron desapareciendo. Pero el ideal caballeresco sigue ahí, está presente en nuestra vida cotidiana, en el trabajo, en la universidad, en los patios de los colegios. ¿Es que no hay verdaderos caballeros y verdaderas damas a nuestro alrededor? ¿No vemos todos los días abusones, patanes, traidores y malvados entre los compañeros de trabajo o estudios? ¿Acaso faltan oportunidades todos los días para defender a los desvalidos, para ser leal, para escoger el camino difícil de la honestidad? El ideal de la caballería no ha desaparecido y ahora, en estos tiempos oscuros que vivimos, tan oscuros como los de Uther Pendragon, es más necesario que nunca. No les quepa duda, damas y caballeros.

 

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