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viernes, 21 de febrero de 2014

FLORES EN EL ASFALTO. LA AMAZONA DE LA PELUQUERÍA



Las obras de arte que de verdad conmueven, las que dejan un poco anonadado, las que son capaces de evocar otros mundos o despertar sensaciones desconocidas, raramente se encuentran visitando un museo. Y no es porque en ellos falte el talento o la genialidad sino justo por lo contrario, por su exceso de belleza, y también por su tendencia a la ubicación académica, ordenada y sistemática de las obras, un contrasentido cuando hablamos de artistas que, por lo general, si de algo pecan es de falta de orden y sistema. No hay más que ver el caos que suele reinar en los propios estudios de los pintores. Al final, se trata de una cuestión de expectativas. Cuando visito el Museo de Prado o el Louvre ya sé que voy a encontrar una buena colección de obras maestras, y además muchas de ellas ya las he visto mil veces en fotos o en la televisión de manera que más que verlas lo que haré será reconocerlas, y hasta es probable que me lleve alguna decepción del tipo “pensaba que el cuadro era más grande” o “hay demasiada gente delante de esta escultura”. Además, cuando estoy en un lugar donde sé que voy a encontrar algún tipo de expresión artística, aunque sea de forma inconsciente, trataré de clasificarla y pensaré “es un impresionista” o “pertenece a la etapa azul de Picasso” o “parece gótico tardío”. Y este reconocimiento, esa clasificación, son dos herramientas implacables a la hora de quitarle la vida a esa escultura o a ese cuadro que un día, hace quizás mucho tiempo, una persona normal, no una entrada de enciclopedia, pensó primero y fue capaz de llevar a cabo después.


Por eso disfruto, todos lo hacemos, de ese momento mágico en que encuentro algo maravilloso en un contexto extraño, porque es algo tan vivo y sorprendente como encontrar una planta con flores en un trozo de pavimento roto al lado de un paso de cebra. Una experiencia muy diferente del paseo por el campo en primavera.


Y eso fue lo que me pasó un sábado cualquiera por la mañana. Hojeaba un número atrasado de la revista “Muy interesante” mientras mi peluquera de hace más de veinte años acababa con los pelos del anterior. Pasaba las páginas sin fijarme mucho hasta que ¡Zas! mis ojos se detuvieron en la foto de lo que entonces me pareció (y hoy me sigue pareciendo) una de las estatuillas más bonitas que nunca había visto. Se trataba de una amazona tocada con un casco griego que galopaba desnuda sobre un caballo. Mientras agarraba con la mano izquierda sus crines, en la derecha blandía una lanza que parecía a punto de arrojar contra un enemigo desconocido. Busqué de inmediato el pie de foto para saber quién había sido capaz de crear aquello pero no había. El artículo, si no recuerdo mal, trataba acerca de mujeres guerreras y la amazona griega era una ilustración más del tema. Para el periodista no tenía ningún otro valor. Afortunadamente, antes de que llegara a desesperarme pude distinguir en la base de la estatua el nombre del autor y la fecha. Se trataba de Franz von Stuck y, al parecer, la había fundido en 1897. Con esa información me bastaba. Memoricé el nombre y nada más llegar a casa la busqué en Internet. Medía unos 65 centímetros de largo por 46 de alto y 17 de ancho. Si lo pensáis, lo suficientemente grande como para que su vista resulte impresionante pero al mismo tiempo de un tamaño muy accesible, casi doméstico.


Busqué otras obras de Franz von Stuck, casi todo pinturas, y no me gustaron nada de nada. Estaba claro que la amazona no sólo era una flor en el asfalto de la peluquería, también era una flor en el asfalto del resto de las obras de su autor (al menos para mí).


Aquí tenéis la foto para que podáis juzgar por vosotros mismos. No sé si estaréis de acuerdo conmigo, a mí esta estatuilla de la amazona me parece un compendio de belleza, armonía, elegancia y equilibrio. Y descubrirla en aquella revista bastante manoseada de mi peluquería me alegró aquel sábado de la misma forma que me alegra la vista cada vez que enciendo el ordenador, donde la tengo puesta como fondo de pantalla.

A continuación os incluyo otras amazonas más vulgares para que brille todavía con más fuerza el prodigio de fuerza, delicadeza y movimiento de la amazona de Franz von Stuck.




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