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viernes, 21 de febrero de 2014

PEQUEÑO CATÁLOGO DE OBJETOS INÚTILES (II). EL EX LIBRIS


Todo el mundo sabe lo que es un ex libris, esa marca que se estampa en las primeras páginas de un libro para indicar a quién pertenece. Probablemente sus orígenes sean muy remotos aunque su época dorada se extiende desde la invención de la imprenta hasta finales del siglo XIX. Como tantas otras cosas, el ex libris nació asociado a las clases aristocráticas, se desarrolló entre la flamante burguesía (siempre tan imitadora de los usos aristocráticos) y acabará muriendo, por desuso del ex libris y quizás hasta de los propios libros de papel, en manos de la superdesarrollada clase media actual (siempre tan imitadora de la burguesía).


Hay muchas clases de ex libris, los de sello de tinta, los de papel, en relieve, con dibujo, los que incluyen iniciales, los de  la frase “Este libro pertenece a…”, también los que dicen “Soy de …”. En fin, todas las variedades posibles. Ahora bien, todos los ex libris, sean como sean y del material que sean, tienen algo en común: su inutilidad. No valen para nada. O al menos para nada práctico. No añaden valor al libro ni lo protegen de los ladrones ni otorgan ningún título de propiedad al que lo estampa en la primera hoja. A fin de cuentas, si los libros están en mi casa, ¿Qué necesidad tengo de marcarlos con mi nombre o mi enseña si ya sé que son míos?; si se pierden, muy poca gente vendrá a devolvérmelos (aun suponiendo que alguien fuera capaz de asociar un ex libris con su propietario); si me los roban, basta con arrancar la página donde se estampó el ex libris para que el libro vuelva a ser anónimo; si me divorcio habrá discusión a muerte por su propiedad tengan sello o no; si los presto a un amigo, se quedarán en su casa para siempre al margen de mi ridículo signo de propiedad. Los ex libris, no hay duda, nadie se engaña, sólo tienen un sentido, que es alimentar ese orgullo de la propiedad tan extendido entre nosotros. Y eso, a fin de cuentas, viene a ser lo mismo que no servir para nada.


Pues bien, dicho todo lo anterior, tengo que reconocer que, como me pasa con muchas otras cosas inútiles que iréis viendo en este blog, siento verdadera debilidad por los ex libris y estoy casi seguro de que mi inclinación no se debe tanto a su papel como símbolo o aviso de propiedad como a su total falta de interés práctico.

Mi primer encuentro cara a cara con los ex libris fue hace muchos años en el mercadillo de Portobello Road. En uno de los puestos, un señor de aspecto bastante descuidado exponía cientos de pequeños sellos metálicos con mango cúbico de madera. Cuando los vi, ya sabía que no podría despegarme de aquel puesto sin llevarme el que debería ser mi ex libris para toda la vida. La variedad era tan enorme que la elección se hacía casi imposible. Al final, entre tanto velero, castillo, dragón, faro, paisaje y ninfa escogí… una tortuga. Sí, una tortuga con unos hierbajos a la derecha. Con el tiempo me he querido convencer de que elegí aquella tortuga porque representa la lentitud, el paso por la vida tranquilo y firme, la coraza que protege un corazón delicado… En fin, todas esas cosas que suele representar una tortuga media. Pero no fue así. No fue esa la razón. Tampoco lo fue el precio. No escogí la tortuga porque se encontraba en el lado más económico de la mesa, de hecho ya no me acuerdo de dónde se encontraba. El verdadero motivo fue, como ocurre cuando hay tanta variedad, el más bobo. Simplemente pensé que si escogía uno de aquellos maravillosos veleros que allí se exponían o alguno de los otros dibujos geniales, había más posibilidades de que otra persona optara por el mismo con la consiguiente merma de mi individualidad además de la confusión acerca de la propiedad de nuestros libros. Es decir, que opté por mi tortuga con los hierbajos a la derecha por si acaso (el mundo es un pañuelo) un día tal vez lejano podía encontrarme con otra persona que también hubiera escogido el mismo ex libris en ese puesto de Portobello Road. Claro, si esa persona en el momento de nuestro encuentro hubiera llevado uno de sus libros marcados y yo hubiera llevado también el mío, supongo que nuestra individualidad, y más concretamente la mía, que es la que me importa, se habrían visto seriamente dañadas. Ese fue el motivo.

Aquel mismo día también compré un elegante ex libris de unicornio para la que hoy es mi mujer (en su caso no pareció importarme lo de la individualidad). Así que en casa ahora tenemos un montón de libros con la tortuga y los hierbajos; otro montón de libros con el elegante unicornio; otro montón (los que compré yo pero luego le regalé) con la tortuga y el unicornio, una pareja algo extraña y desequilibrada, la verdad; y otro montón, el más grande, sin ex libris de ningún tipo porque hay un momento en que también uno se cansa de tanta tortuga y tanta individualidad.

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